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…Y el torero empezó entonces su forja. Al fuego lento de la vida y en el yunque férreo del toreo. La presentación en público llegó el 31 de Agosto de 1999, en Baños de Montemayor, en la provincia de Cáceres. Aunque el primer vestido de luces lo viste en Olivenza (Badajoz) el 9 de octubre de ese mismo año. Dos fechas que marcan el arranque de un camino imparable y sólido.

 

 

Las temporadas de 2000 y 2001 fueron una constante confirmación. El 4 de noviembre de ese último año, Olivenza, otra vez Olivenza, asistía a su despedida como novillero sin caballos. Lo hizo imponiéndose en la Final de la Federación de Escuelas Taurinas. Fue el colofón a veintidós tardes toreando sin picadores que fueron veintidós exámenes aprobados con la nota alta del riguroso nivel de taurinos, profesionales y aficionados. Tanto, que las puertas empiezan a abrirse y en noviembre de 2001 la empresa hispano-mexicana Tauromex se hace cargo de su apoderamiento. Otro cambio radical en la vida de Miguel Ángel. El niño que se había hecho joven tenía de golpe que convertirse en hombre. Y volar otra vez. Como antaño a aquel colegio de Villafranca de los Barros, pero ahora a la gran universidad de la vida. Madrid, la capital por excelencia, le esperaba sin saberlo ella. Aunque no tardaría en enterarse…

 

Aquél fue un invierno de intensa y dura preparación. Por delante, otro paso al frente, el salto de escalafón, la entrada en los del castoreño. El debut se produjo el 23 de febrero de 2002, en la Plaza de Toros de Illumbe, en San Sebastián. El cartel lo completaban Andrés Palacios y el mexicano Arturo Macías con novillos de Mari Carmen Camacho. Una oreja le cortó Miguel Ángel al sexto, un premio que no hizo sino seguir alimentando la expectación en torno al nuevo torero. Antes de terminar aquella campaña de 2002, Miguel Ángel Perera tuvo ocasión de presentarse en la Plaza de Toros Monumental de México. Fue el 22 de septiembre. Primera etapa de varias que le llevó por algunos de los principales cosos americanos, como Lima, Quito, Cali y Aguascalientes.

 

Las dos siguientes fueron dos temporadas definitivas. La de 2003, a modo de declaración de intenciones, la cimentó de inició presentándose en Bilbao con una novillada de Fuente Ymbro y las cámaras de TVE como testigos. Otra oportunidad que Perera aprovechó al mil por mil. Otro aldabonazo. Otro golpe en la mesa. Barcelona, Sevilla, Valencia, Badajoz, Arles, Nimes, certámenes de novilladas de primer nivel como Algemesí donde se proclama vencedor… Cuentas de un rosario luminoso y triunfal. Pero como no hay luz sin sombra, Miguel Ángel conoció pronto y fuerte la cara más dura del toreo: la cornada. Grande fue aquella del 30 de septiembre de 2003 en Arnedo. Un tabaco. Costó superarlo. Casi un mes tardó en llegar la reaparición. Fue ya en tierras americanas, en Lima.

 

2004 tenía que ser un año determinante. Y Perera así lo preparó. Y así lo anunció cuando el 29 de febrero se encerró por vez primera en su carrera con seis astados. Seis novillos, en este caso, de Guadalest en su tierra, en Villafranca de los Barros, en su segunda casa. La tarde dio para muchas cosas. Para el triunfo: tres orejas y un rabo cortó el diestro. Pero también, de nuevo, para el contratiempo de la cornada. Una interna le propinó el cuarto aunque nadie lo percibiera porque Miguel Ángel prosiguió el espectáculo hasta el final llegando, incluso, a banderillear al cuarto y a picar al quinto. Lo dicho, una declaración de intenciones…

 

 

Y llegó el 6 de junio, el día del debut en Las Ventas de Madrid. Aplazado porque debió haberse celebrado algunas tardes antes, la del 24 de mayo. Lo impidió la lluvia. Agua que, lejos de sofocarlo, avivó el fuego interior de Miguel Ángel por hacer suya y rendir a la primera plaza del mundo. Alternó con Morenito de Aranda e Ismael López. De azul rey vestido, el de Puebla del Prior no necesitó más que un novillo para gobernar por entero el reino. Las dos orejas le cortó a Laminoso, de El Ventorrillo, tras una faena imponente, rotunda e impactante. Una actuación de altos registros que confirmó con el cuarto, del que obtuvo otro apéndice. La Puerta Grande más grande del toreo abierta de par en par a las primeras de cambio.  

 

Tocaban empresas mayores, el asalto definitivo, la mayoría de edad: convertirse en matador de toros. Aquel horizonte tan lejano para el niño que empezó a torear de salón en el colegio San José y que, desde entonces, ya no paró nunca de torear y de torear cada vez mejor. Pero antes, el adiós a lo grande al escalafón novilleril. En otra plaza de primera, como en el debut. Valencia, en este caso. Y, como en San Sebastián, una oreja y la impresión de que el techo de Miguel Ángel quedaba lejos aún.

 

 

Badajoz. Vísperas de San Juan. Un vestido blanco y oro. Como siempre fue. Perera en casa. Cumpliendo el sueño de la alternativa. El árbol en su raíz. Como siempre fue. De padrino, El Juli. Como testigo. Matías Tejela, que entró inesperadamente en sustitución de Enrique Ponce, herido el día antes. Las cosas del destino, que se empeña en marcar su terreno… Miliciano, de pelo negro y 590 kilos, fue el toro del doctorado. El brindis, a su padre. La condición de los toros no acompañó y la puerta grande se le resistió. Aunque por encima de resultados, el público que llenó la plaza y los profesionales y taurinos que acudieron al evento salieron con lo que fueron buscando: la certeza de que una nueva figura del toreo venía creciendo.

 

En el invierno de ese 2004, Miguel Ángel Perera puso en manos del apoderado francés Simón Casas la dirección de su carrera. A Casas le relevó al año siguiente José Antonio Chopera. Era la temporada de 2005, la de la confirmación de alternativa en Madrid. Fue el 26 de mayo, con César Rincón como oficiante de la ceremonia y, otra vez, Matías Tejela como notario. El vestido, rosa y oro. Para el recuerdo, apenas la efeméride. El ganado impidió que pasaran cosas importantes. Tocó esperar hasta la Feria de Otoño, en la que Perera cortó dos orejas, una en cada una de las tardes en que se anunció. La primera, incluso, la del 8 de octubre, con una cornada que fue su bautismo de sangre en la cátedra venteña. Cuatro días más tardes, el de la Hispanidad, el diestro de Badajoz logró cortar dos orejas en la Maestranza de Sevilla, una a cada uno de sus ejemplares. Pero, de nuevo por encima del resultado, importó la sensación de cuajo que dejó en el coso hispalense. Una tarde que el torero aún recuerda entre las de mayor plenitud personal.

 

2005 y 2006 fueron años de crecimiento y de regularidad. En el triunfo y en la firmeza. No sólo se consolidaba la figura, sobre todo, maduraba el torero. Entre esas dos temporadas indultó cuatro toros, los primeros de su vida. Espléndido en Murcia, Bucanero en Abarán (Murcia), Harinero en Valencia y Pitito en Palencia. Cuatro hitos inolvidables, cuatro encuentros con la bravura por excelencia y el toreo derramándose a chorros… Miguel Ángel Perera confirmado en la élite de aquel mundo que le atrapó para sí una tarde de tentadero en lo de Pereda con Campuzano y Pepe Luis Vázquez erigidos en héroes a los ojos del niño. Ahora el héroe era él…

 

Pero también el niño que, como entonces, tenía las entrañas ardiendo en busca de respuestas a tantas preguntas. Es esa desazón que atrapa y envuelve al incorformista por naturaleza. Miguel Ángel lo es. Siempre quiere más, aunque no siempre más tenga que ver con la cantidad, sino con la calidad. Perera necesitaba saldar cuentas con su serenidad y rompió con el poder para ponerse a caminar por la cuerda tantas veces floja de la independencia. Pero, como en tantos otros momentos en su trayectoria, no le importó la senda sino el paso. Y de éste, Miguel Ángel que era su único dueño, estaba más que seguro. Y eligió a Fernando Cepeda como nuevo apoderado, un apoderado nuevo, pero que, sobre todo, era torero. Como él. Y ya se sabe que el lenguaje de los toreros tiene códigos que sólo ellos descifran.

 

Temporada de 2007. Otro camino nuevo por delante. El reto de la novedad, el vértigo apasionante de lo incierto. Y tanto que lo fue. El poder empezó a mover sus hilos y alguna que otra puerta se fue cerrando. Para colmo, una fuerte cornada de un toro de Valdefresno el 18 de mayo en Madrid le obligó a parar. Un tiempo de recuperación y de reflexión que hizo más fuerte al torero, al apoderado y a su unión. La segunda mitad de aquella campaña dejó pasajes pletóricos de Perera como Alicante, Badajoz, Salamanca, Murcia, Nimes, Barcelona, Albacete, Sevilla, Madrid y Zaragoza. Fue el prólogo de 2008, sin duda, el mejor año de su vida por ahora.

 

Aquél fue un Miguel Ángel Perera desatado, arrollador, implacable, triunfador… Un año perfecto de principio a fin. Desde el estreno español en Torremolinos hasta el final en Las Ventas la tarde del 3 de octubre. Un día que convirtió al de Badajoz en un gigante. Roto por las cornadas, exhausto de dolor, pero con la primera plaza del mundo estremecida y puesta en pie ante la demostración de gallardía torera de un torero que dio aquel día el paso definitivo hacia ese nivel donde sólo entran los elegidos. Entre una y otra tarde, una temporada de oro. El año de las dos orejas de Sevilla y, ante todo, el año de aquel día después del día de José Tomás. El 6 dejunio, cuando todo el toreo hablaba del despliegue para la historia que el maestro de Galapagar había ejecutado en Madrid, Miguel Ángel respondió con una actuación tremendamente importante que le puso en las manos cuatro orejas de una unanimidad total. Perera se sabía figura máxima del toreo y como tal respondió. Fue el cénit de un año donde también hubo lugar al dolor del percance. Como la cornada de Alicante el día que reemplazaba a José Tomás, también herido. Y fue también la temporada del encuentro, el primero, con el propio diestro de Galapagar. El 24 de agosto, en Cuenca, una cita especialmente anhelada por Miguel Ángel dada su profunda admiración por José Tomás. El ritmo era imponente, de éxitos y de toreo, y como tal concluyó…

 

Fue en Madrid el 3 de octubre. Vestido de grana y oro y seis toros sólo para él aguardando en los corrales de Las Ventas. Sólo cinco pudo matar. Dos cornadas lo impidieron. De la primera fue intervenido en la propia plaza, que le esperó impaciente, porque el héroe regresó a su empeño. Otra vez el férreo empeño de Perera. De la segunda, en el quinto, ya no pudo volver de la enfermería. Daba igual: la gesta estaba escrita. Tres orejas en una tarde épica, de las que subliman al toreo por encima de todas las artes. Y al torero, por encima de todos los hombres. Otra vez Madrid entregada a Miguel Ángel y Miguel Ángel dado por entero al toreo…

 

 

Una senda en la que sigue. Año a año. Presente siempre en las principales ferias, afrontando los compromisos más serios, atendiendo a su compromiso con la afición y con la profesión. Especialmente complejo fue 2012, en el que Perera no recibió en algunas plazas y de distintas empresas el trato y el lugar ganado en el ruedo. Otra vez el precio de la independencia… Pero un coste que el torero de Puebla del Prior asume y encara. Como un estímulo. De hecho, 2013 está siendo otra de sus grandes temporadas. En regularidad en el triunfo y en lo maciza de su tauromaquia. Aquel sueño forjado en el colegio ha ganado ya muchas de sus aspiraciones. Pero los valores que lo cimentaron siguen intactos. Y también la ambición por seguir adelante. Al fin y al cabo, la de Miguel Ángel Perera y el toreo es la historia de un deslumbramiento, de un enamoramiento. Y los amores que lo son de verdad, lo son para toda la vida.

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…Y el torero empezó entonces su forja. Al fuego lento de la vida y en el yunque férreo del toreo. La presentación en público llegó el 31 de Agosto de 1999, en Baños de Montemayor, en la provincia de Cáceres. Aunque el primer vestido de luces lo viste en Olivenza (Badajoz) el 9 de octubre de ese mismo año. Dos fechas que marcan el arranque de un camino imparable y sólido.

 

 

Las temporadas de 2000 y 2001 fueron una constante confirmación. El 4 de noviembre de ese último año, Olivenza, otra vez Olivenza, asistía a su despedida como novillero sin caballos. Lo hizo imponiéndose en la Final de la Federación de Escuelas Taurinas. Fue el colofón a veintidós tardes toreando sin picadores que fueron veintidós exámenes aprobados con la nota alta del riguroso nivel de taurinos, profesionales y aficionados. Tanto, que las puertas empiezan a abrirse y en noviembre de 2001 la empresa hispano-mexicana Tauromex se hace cargo de su apoderamiento. Otro cambio radical en la vida de Miguel Ángel. El niño que se había hecho joven tenía de golpe que convertirse en hombre. Y volar otra vez. Como antaño a aquel colegio de Villafranca de los Barros, pero ahora a la gran universidad de la vida. Madrid, la capital por excelencia, le esperaba sin saberlo ella. Aunque no tardaría en enterarse…

 

Aquél fue un invierno de intensa y dura preparación. Por delante, otro paso al frente, el salto de escalafón, la entrada en los del castoreño. El debut se produjo el 23 de febrero de 2002, en la Plaza de Toros de Illumbe, en San Sebastián. El cartel lo completaban Andrés Palacios y el mexicano Arturo Macías con novillos de Mari Carmen Camacho. Una oreja le cortó Miguel Ángel al sexto, un premio que no hizo sino seguir alimentando la expectación en torno al nuevo torero. Antes de terminar aquella campaña de 2002, Miguel Ángel Perera tuvo ocasión de presentarse en la Plaza de Toros Monumental de México. Fue el 22 de septiembre. Primera etapa de varias que le llevó por algunos de los principales cosos americanos, como Lima, Quito, Cali y Aguascalientes.

 

Las dos siguientes fueron dos temporadas definitivas. La de 2003, a modo de declaración de intenciones, la cimentó de inició presentándose en Bilbao con una novillada de Fuente Ymbro y las cámaras de TVE como testigos. Otra oportunidad que Perera aprovechó al mil por mil. Otro aldabonazo. Otro golpe en la mesa. Barcelona, Sevilla, Valencia, Badajoz, Arles, Nimes, certámenes de novilladas de primer nivel como Algemesí donde se proclama vencedor… Cuentas de un rosario luminoso y triunfal. Pero como no hay luz sin sombra, Miguel Ángel conoció pronto y fuerte la cara más dura del toreo: la cornada. Grande fue aquella del 30 de septiembre de 2003 en Arnedo. Un tabaco. Costó superarlo. Casi un mes tardó en llegar la reaparición. Fue ya en tierras americanas, en Lima.

 

2004 tenía que ser un año determinante. Y Perera así lo preparó. Y así lo anunció cuando el 29 de febrero se encerró por vez primera en su carrera con seis astados. Seis novillos, en este caso, de Guadalest en su tierra, en Villafranca de los Barros, en su segunda casa. La tarde dio para muchas cosas. Para el triunfo: tres orejas y un rabo cortó el diestro. Pero también, de nuevo, para el contratiempo de la cornada. Una interna le propinó el cuarto aunque nadie lo percibiera porque Miguel Ángel prosiguió el espectáculo hasta el final llegando, incluso, a banderillear al cuarto y a picar al quinto. Lo dicho, una declaración de intenciones…

 

 

Y llegó el 6 de junio, el día del debut en Las Ventas de Madrid. Aplazado porque debió haberse celebrado algunas tardes antes, la del 24 de mayo. Lo impidió la lluvia. Agua que, lejos de sofocarlo, avivó el fuego interior de Miguel Ángel por hacer suya y rendir a la primera plaza del mundo. Alternó con Morenito de Aranda e Ismael López. De azul rey vestido, el de Puebla del Prior no necesitó más que un novillo para gobernar por entero el reino. Las dos orejas le cortó a Laminoso, de El Ventorrillo, tras una faena imponente, rotunda e impactante. Una actuación de altos registros que confirmó con el cuarto, del que obtuvo otro apéndice. La Puerta Grande más grande del toreo abierta de par en par a las primeras de cambio.  

 

Tocaban empresas mayores, el asalto definitivo, la mayoría de edad: convertirse en matador de toros. Aquel horizonte tan lejano para el niño que empezó a torear de salón en el colegio San José y que, desde entonces, ya no paró nunca de torear y de torear cada vez mejor. Pero antes, el adiós a lo grande al escalafón novilleril. En otra plaza de primera, como en el debut. Valencia, en este caso. Y, como en San Sebastián, una oreja y la impresión de que el techo de Miguel Ángel quedaba lejos aún.

 

 

Badajoz. Vísperas de San Juan. Un vestido blanco y oro. Como siempre fue. Perera en casa. Cumpliendo el sueño de la alternativa. El árbol en su raíz. Como siempre fue. De padrino, El Juli. Como testigo. Matías Tejela, que entró inesperadamente en sustitución de Enrique Ponce, herido el día antes. Las cosas del destino, que se empeña en marcar su terreno… Miliciano, de pelo negro y 590 kilos, fue el toro del doctorado. El brindis, a su padre. La condición de los toros no acompañó y la puerta grande se le resistió. Aunque por encima de resultados, el público que llenó la plaza y los profesionales y taurinos que acudieron al evento salieron con lo que fueron buscando: la certeza de que una nueva figura del toreo venía creciendo.

 

En el invierno de ese 2004, Miguel Ángel Perera puso en manos del apoderado francés Simón Casas la dirección de su carrera. A Casas le relevó al año siguiente José Antonio Chopera. Era la temporada de 2005, la de la confirmación de alternativa en Madrid. Fue el 26 de mayo, con César Rincón como oficiante de la ceremonia y, otra vez, Matías Tejela como notario. El vestido, rosa y oro. Para el recuerdo, apenas la efeméride. El ganado impidió que pasaran cosas importantes. Tocó esperar hasta la Feria de Otoño, en la que Perera cortó dos orejas, una en cada una de las tardes en que se anunció. La primera, incluso, la del 8 de octubre, con una cornada que fue su bautismo de sangre en la cátedra venteña. Cuatro días más tardes, el de la Hispanidad, el diestro de Badajoz logró cortar dos orejas en la Maestranza de Sevilla, una a cada uno de sus ejemplares. Pero, de nuevo por encima del resultado, importó la sensación de cuajo que dejó en el coso hispalense. Una tarde que el torero aún recuerda entre las de mayor plenitud personal.

 

2005 y 2006 fueron años de crecimiento y de regularidad. En el triunfo y en la firmeza. No sólo se consolidaba la figura, sobre todo, maduraba el torero. Entre esas dos temporadas indultó cuatro toros, los primeros de su vida. Espléndido en Murcia, Bucanero en Abarán (Murcia), Harinero en Valencia y Pitito en Palencia. Cuatro hitos inolvidables, cuatro encuentros con la bravura por excelencia y el toreo derramándose a chorros… Miguel Ángel Perera confirmado en la élite de aquel mundo que le atrapó para sí una tarde de tentadero en lo de Pereda con Campuzano y Pepe Luis Vázquez erigidos en héroes a los ojos del niño. Ahora el héroe era él…

 

Pero también el niño que, como entonces, tenía las entrañas ardiendo en busca de respuestas a tantas preguntas. Es esa desazón que atrapa y envuelve al incorformista por naturaleza. Miguel Ángel lo es. Siempre quiere más, aunque no siempre más tenga que ver con la cantidad, sino con la calidad. Perera necesitaba saldar cuentas con su serenidad y rompió con el poder para ponerse a caminar por la cuerda tantas veces floja de la independencia. Pero, como en tantos otros momentos en su trayectoria, no le importó la senda sino el paso. Y de éste, Miguel Ángel que era su único dueño, estaba más que seguro. Y eligió a Fernando Cepeda como nuevo apoderado, un apoderado nuevo, pero que, sobre todo, era torero. Como él. Y ya se sabe que el lenguaje de los toreros tiene códigos que sólo ellos descifran.

 

Temporada de 2007. Otro camino nuevo por delante. El reto de la novedad, el vértigo apasionante de lo incierto. Y tanto que lo fue. El poder empezó a mover sus hilos y alguna que otra puerta se fue cerrando. Para colmo, una fuerte cornada de un toro de Valdefresno el 18 de mayo en Madrid le obligó a parar. Un tiempo de recuperación y de reflexión que hizo más fuerte al torero, al apoderado y a su unión. La segunda mitad de aquella campaña dejó pasajes pletóricos de Perera como Alicante, Badajoz, Salamanca, Murcia, Nimes, Barcelona, Albacete, Sevilla, Madrid y Zaragoza. Fue el prólogo de 2008, sin duda, el mejor año de su vida por ahora.

 

Aquél fue un Miguel Ángel Perera desatado, arrollador, implacable, triunfador… Un año perfecto de principio a fin. Desde el estreno español en Torremolinos hasta el final en Las Ventas la tarde del 3 de octubre. Un día que convirtió al de Badajoz en un gigante. Roto por las cornadas, exhausto de dolor, pero con la primera plaza del mundo estremecida y puesta en pie ante la demostración de gallardía torera de un torero que dio aquel día el paso definitivo hacia ese nivel donde sólo entran los elegidos. Entre una y otra tarde, una temporada de oro. El año de las dos orejas de Sevilla y, ante todo, el año de aquel día después del día de José Tomás. El 6 dejunio, cuando todo el toreo hablaba del despliegue para la historia que el maestro de Galapagar había ejecutado en Madrid, Miguel Ángel respondió con una actuación tremendamente importante que le puso en las manos cuatro orejas de una unanimidad total. Perera se sabía figura máxima del toreo y como tal respondió. Fue el cénit de un año donde también hubo lugar al dolor del percance. Como la cornada de Alicante el día que reemplazaba a José Tomás, también herido. Y fue también la temporada del encuentro, el primero, con el propio diestro de Galapagar. El 24 de agosto, en Cuenca, una cita especialmente anhelada por Miguel Ángel dada su profunda admiración por José Tomás. El ritmo era imponente, de éxitos y de toreo, y como tal concluyó…

 

Fue en Madrid el 3 de octubre. Vestido de grana y oro y seis toros sólo para él aguardando en los corrales de Las Ventas. Sólo cinco pudo matar. Dos cornadas lo impidieron. De la primera fue intervenido en la propia plaza, que le esperó impaciente, porque el héroe regresó a su empeño. Otra vez el férreo empeño de Perera. De la segunda, en el quinto, ya no pudo volver de la enfermería. Daba igual: la gesta estaba escrita. Tres orejas en una tarde épica, de las que subliman al toreo por encima de todas las artes. Y al torero, por encima de todos los hombres. Otra vez Madrid entregada a Miguel Ángel y Miguel Ángel dado por entero al toreo…

 

 

Una senda en la que sigue. Año a año. Presente siempre en las principales ferias, afrontando los compromisos más serios, atendiendo a su compromiso con la afición y con la profesión. Especialmente complejo fue 2012, en el que Perera no recibió en algunas plazas y de distintas empresas el trato y el lugar ganado en el ruedo. Otra vez el precio de la independencia… Pero un coste que el torero de Puebla del Prior asume y encara. Como un estímulo. De hecho, 2013 está siendo otra de sus grandes temporadas. En regularidad en el triunfo y en lo maciza de su tauromaquia. Aquel sueño forjado en el colegio ha ganado ya muchas de sus aspiraciones. Pero los valores que lo cimentaron siguen intactos. Y también la ambición por seguir adelante. Al fin y al cabo, la de Miguel Ángel Perera y el toreo es la historia de un deslumbramiento, de un enamoramiento. Y los amores que lo son de verdad, lo son para toda la vida.

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