Como la mañana en su esplendor, irrumpió en Cantillana la plenitud y frescura de Miguel Ángel Perera en este arranque de temporada de 2022 para cuajar de manera inapelable a un extraordinario novillo de El Parralejo para el que, incluso, se pidió el indulto. Fue el animal un caudal de clase y de nobleza, lo que permitió al torero extremeño desplegar su inmenso arsenal de capacidad y dominio. Faena sin mácula alguna, sin pausa también, desde que se abriera con el capote para torear despacio y ajustado a su oponente, que se empleaba en los vuelos con notable boyantía. Y con alegría, la misma con la que lo lució Perera en el arranque de la faena de muleta, citado de largo el animal, muy puesta la franela, con la que absorbió su entrega para torearla de delante a atrás, impecables y limpios los muletazos. Imprimió enseguida el diestro la profundidad que le es propia, prolongando la humillación del burel, en series rotundas y ligadas, más lentas cada vez.
Pero no se conformó con ello Miguel Ángel, que culminó su lío con una tanda interminable e infinita, improvisación pura, fantasía de la que los toreros se permiten en el campo. Un puñado de pases de todo cuño bajo el común denominador de la quietud absoluta del torero, confiado por entero al mando de sus muñecas, al que seguía obedeciendo el novillo de El Parralejo. Por aquí, por allí, por aquí otra vez, por allí de nuevo… Un aluvión de toreo de poder, de imposición y, a la par, de caricia porque la condición del astado lo permitía. Y como broche, un ramillete de muletazos de nuevo largos y perfectos, ligados sin solución de continuidad, con los que Perera coronó su exhibición de plenitud y de capacidad. El premio fueron dos orejas, pero, sobre todo, el gozo del disfrute total en una mañana de ésas luminosas, en las que el deslumbramiento lo pone el toreo en todos sus matices.
Como la mañana en su esplendor, irrumpió en Cantillana la plenitud y frescura de Miguel Ángel Perera en este arranque de temporada de 2022 para cuajar de manera inapelable a un extraordinario novillo de El Parralejo para el que, incluso, se pidió el indulto. Fue el animal un caudal de clase y de nobleza, lo que permitió al torero extremeño desplegar su inmenso arsenal de capacidad y dominio. Faena sin mácula alguna, sin pausa también, desde que se abriera con el capote para torear despacio y ajustado a su oponente, que se empleaba en los vuelos con notable boyantía. Y con alegría, la misma con la que lo lució Perera en el arranque de la faena de muleta, citado de largo el animal, muy puesta la franela, con la que absorbió su entrega para torearla de delante a atrás, impecables y limpios los muletazos. Imprimió enseguida el diestro la profundidad que le es propia, prolongando la humillación del burel, en series rotundas y ligadas, más lentas cada vez.
Pero no se conformó con ello Miguel Ángel, que culminó su lío con una tanda interminable e infinita, improvisación pura, fantasía de la que los toreros se permiten en el campo. Un puñado de pases de todo cuño bajo el común denominador de la quietud absoluta del torero, confiado por entero al mando de sus muñecas, al que seguía obedeciendo el novillo de El Parralejo. Por aquí, por allí, por aquí otra vez, por allí de nuevo… Un aluvión de toreo de poder, de imposición y, a la par, de caricia porque la condición del astado lo permitía. Y como broche, un ramillete de muletazos de nuevo largos y perfectos, ligados sin solución de continuidad, con los que Perera coronó su exhibición de plenitud y de capacidad. El premio fueron dos orejas, pero, sobre todo, el gozo del disfrute total en una mañana de ésas luminosas, en las que el deslumbramiento lo pone el toreo en todos sus matices.