Felicidad pura. La honda satisfacción por volver al hábitat natural, a Madrid. A una plaza, al público, a la competencia, a las sensaciones únicas del toreo. Felicidad pura después de tantos meses esperando y preparando este momento. Y llegó para la pura felicidad de todos. Como la de los toreros. Como la de Perera, gozando desde el primer lance de prueba y de soltar muñecas hasta que el toro saliera. Y salió. Y lo probó con el conocimiento hondo de Fuente Ymbro que tiene Miguel Ángel. Y lo midió en el caballo en un soberbio puyazo de Francisco Doblado, como soberbia fue la lidia de Javier Ambel, quien, lance a lance, fue prolongando y mejorando la embestida de Belicoso, que fue sacando a flote su buena condición en justa correspondencia a lo bien que le hizo las cosas la cuadrilla de Perera. Extraordinario fue el segundo par de Vicente Herrera, el que cerró el tercio.
Todo a punto, pues, para el despliegue que vino a continuación. Emociones fuertes porque Miguel Ángel se echó rodilla a tierra en los mismos medios y lució la pronta y alegre embestida del toro, al que se dejó venir desde muy lejos para pasárselo por la espalda en un momento de escalofrío que encogió a toda la plaza menos al torero. Fue un péndulo la muleta en el momento en el que no hay vuelta atrás y se lo pasó tremendamente cerca. Declaración de intenciones antes de un puñado de tandas en redondo a más en todo. Porque el de Fuente Ymbro se venía casi sin citarlo y Miguel Ángel lo recogía con la franela como un imán que ya no soltaba la embestida hasta cinco o seis pases después, enroscada por completo a su mando, atemperada a su pulso y a su voluntad, desde el principio y hasta el final. Mando y temple de los caros. Puro poder. Perera en estado puro. Cuando se cambió la muleta de mano, al toro le costó más, mucho más y se entregó menos. Acortó distancias y lo dominó en esas cercanías donde también manda para rematar el conjunto con una excelente estocada entera. Recorrió el torero el ruedo de Madrid con la oreja en la mano y la felicidad en el rostro por todo lo vivido. Felicidad pura. Y la esperanza de que Madrid, la temporada y el toreo hayan vuelto para ya quedarse.
Felicidad pura. La honda satisfacción por volver al hábitat natural, a Madrid. A una plaza, al público, a la competencia, a las sensaciones únicas del toreo. Felicidad pura después de tantos meses esperando y preparando este momento. Y llegó para la pura felicidad de todos. Como la de los toreros. Como la de Perera, gozando desde el primer lance de prueba y de soltar muñecas hasta que el toro saliera. Y salió. Y lo probó con el conocimiento hondo de Fuente Ymbro que tiene Miguel Ángel. Y lo midió en el caballo en un soberbio puyazo de Francisco Doblado, como soberbia fue la lidia de Javier Ambel, quien, lance a lance, fue prolongando y mejorando la embestida de Belicoso, que fue sacando a flote su buena condición en justa correspondencia a lo bien que le hizo las cosas la cuadrilla de Perera. Extraordinario fue el segundo par de Vicente Herrera, el que cerró el tercio.
Todo a punto, pues, para el despliegue que vino a continuación. Emociones fuertes porque Miguel Ángel se echó rodilla a tierra en los mismos medios y lució la pronta y alegre embestida del toro, al que se dejó venir desde muy lejos para pasárselo por la espalda en un momento de escalofrío que encogió a toda la plaza menos al torero. Fue un péndulo la muleta en el momento en el que no hay vuelta atrás y se lo pasó tremendamente cerca. Declaración de intenciones antes de un puñado de tandas en redondo a más en todo. Porque el de Fuente Ymbro se venía casi sin citarlo y Miguel Ángel lo recogía con la franela como un imán que ya no soltaba la embestida hasta cinco o seis pases después, enroscada por completo a su mando, atemperada a su pulso y a su voluntad, desde el principio y hasta el final. Mando y temple de los caros. Puro poder. Perera en estado puro. Cuando se cambió la muleta de mano, al toro le costó más, mucho más y se entregó menos. Acortó distancias y lo dominó en esas cercanías donde también manda para rematar el conjunto con una excelente estocada entera. Recorrió el torero el ruedo de Madrid con la oreja en la mano y la felicidad en el rostro por todo lo vivido. Felicidad pura. Y la esperanza de que Madrid, la temporada y el toreo hayan vuelto para ya quedarse.