Sevilla siempre es Sevilla por encima de las circunstancias. Cuando suena a Sevilla, suena como sólo ella y hoy pasó. Llena hasta rebosar y, lo que es más importante, por un motivo tan especial como ayudar a quienes tanto lo necesitan. En este caso, a quienes ayudan en su incansable labor social las hermandades sevillanas del Baratillo y la Esperanza de Triana. Por eso el lleno de hoy no era cualquier lleno. Ni el día era cualquier día, ni el festival, cualquier festival. Porque todo sucedía en Sevilla, cuyo eco guardaba aún Miguel Ángel Perera perfectamente nítido desde aquella tarde de mayo en la que Sevilla sonó para él como sólo ella suena. Y quería el extremeño oírla igual, sentirla igual. Y sucedió. Porque Perera, a un escalón sólo de cruzar la meta de la temporada, constató en la Maestranza que su momento, que su final de temporada, es deslumbrante. Que Miguel Ángel está feliz se le nota con evidencia palpable a través de la piel transparente que es su vestido de torear.
Quería Perera explayarse hoy. Mostrarse en esa plenitud que ha alcanzado. Y lo hizo. Mansito, pero bueno el novillo de Núñez del Cuvillo, al que cuajó con el capote tanto en el recibo como en el quite. Conjugando lo de siempre con lo de tan pocas veces hoy en día, pero que él está empeñado en rescatar en esta temporada íntimamente trascendente para él. Brindó a Sevilla en un guiño de complicidad y en una declaración sincera de admiración a una plaza que late en su horizonte de retos por alcanzar. Y echó rodillas a tierra y toreó en redondo, encajado y hondo, largo y despacio, como si no estuviera de rodillas. E incorporado, fue rasgando muletazo a muletazo, ya por un pitón, ya por otro, en el fondo por extraer del utrero de Cuvillo. Lo hizo definitivamente bueno Miguel Ángel de tanto hacerle las cosas como no fallan cuando se hacen así. Tan despacio, tan templado, tan pulseado, tan inmaculado, tan largo, tan perfecto. Completamente redondo Perera. Gozando de su estado de forma y de inspiración, actualizando la última versión de su concepto, que no para de crecer. Se dejó notar Sevilla con todo su eco, entregada al diestro de Puebla del Prior, y fue verdad que cada muletazo y cada tanda sonaron a más conforme crecía a más la cota máxima de su dimensión impecable. Las luquesinas del final fueron apasionantes de ligadas y de limpias. Incansable, se pasó el torero por la barriga al novillo sin que éste se percatara de que lo hacía porque Miguel Ángel le impuso su mando desde el primer encuentro. Mató pronto y bien y se alzó con las dos orejas y con la consideración de triunfador de un festival, al que vino en lugar de José María Manzanares. A ver quién le pone un pero…
Sevilla siempre es Sevilla por encima de las circunstancias. Cuando suena a Sevilla, suena como sólo ella y hoy pasó. Llena hasta rebosar y, lo que es más importante, por un motivo tan especial como ayudar a quienes tanto lo necesitan. En este caso, a quienes ayudan en su incansable labor social las hermandades sevillanas del Baratillo y la Esperanza de Triana. Por eso el lleno de hoy no era cualquier lleno. Ni el día era cualquier día, ni el festival, cualquier festival. Porque todo sucedía en Sevilla, cuyo eco guardaba aún Miguel Ángel Perera perfectamente nítido desde aquella tarde de mayo en la que Sevilla sonó para él como sólo ella suena. Y quería el extremeño oírla igual, sentirla igual. Y sucedió. Porque Perera, a un escalón sólo de cruzar la meta de la temporada, constató en la Maestranza que su momento, que su final de temporada, es deslumbrante. Que Miguel Ángel está feliz se le nota con evidencia palpable a través de la piel transparente que es su vestido de torear.
Quería Perera explayarse hoy. Mostrarse en esa plenitud que ha alcanzado. Y lo hizo. Mansito, pero bueno el novillo de Núñez del Cuvillo, al que cuajó con el capote tanto en el recibo como en el quite. Conjugando lo de siempre con lo de tan pocas veces hoy en día, pero que él está empeñado en rescatar en esta temporada íntimamente trascendente para él. Brindó a Sevilla en un guiño de complicidad y en una declaración sincera de admiración a una plaza que late en su horizonte de retos por alcanzar. Y echó rodillas a tierra y toreó en redondo, encajado y hondo, largo y despacio, como si no estuviera de rodillas. E incorporado, fue rasgando muletazo a muletazo, ya por un pitón, ya por otro, en el fondo por extraer del utrero de Cuvillo. Lo hizo definitivamente bueno Miguel Ángel de tanto hacerle las cosas como no fallan cuando se hacen así. Tan despacio, tan templado, tan pulseado, tan inmaculado, tan largo, tan perfecto. Completamente redondo Perera. Gozando de su estado de forma y de inspiración, actualizando la última versión de su concepto, que no para de crecer. Se dejó notar Sevilla con todo su eco, entregada al diestro de Puebla del Prior, y fue verdad que cada muletazo y cada tanda sonaron a más conforme crecía a más la cota máxima de su dimensión impecable. Las luquesinas del final fueron apasionantes de ligadas y de limpias. Incansable, se pasó el torero por la barriga al novillo sin que éste se percatara de que lo hacía porque Miguel Ángel le impuso su mando desde el primer encuentro. Mató pronto y bien y se alzó con las dos orejas y con la consideración de triunfador de un festival, al que vino en lugar de José María Manzanares. A ver quién le pone un pero…