Ya lo había saboreado con el capote en un ceñido y muy despacio quite por chicuelinas rematadas por debajo de la cadera. También en el arranque de la faena de muleta. Tan despacio también, tan templada, tan mecida. Tan enganchada por delante y tan rematada por detrás. Tan en Perera, tan puro. Deslizándose el toreo como fluye un río, apacible e implacable a un tiempo. Estaba disfrutando Miguel Ángel la brava franqueza de su primer toro de Fuente Ymbro cuando éste le alcanzó, le derribó e hizo por él en el suelo propinándole, primero, una fuerte voltereta y, ya caído, una soberana paliza de la que el torero se levantó visiblemente afectado. Destrozada la taleguilla, conmocionado, dolorido y herido. Herido en el escroto y herido en su costado derecho, en este caso, por la fractura de una costilla que le oprimía el pecho y le dificultó la respiración. De lo primero fue atendido en la propia enfermería de Illumbe. De lo segundo, en el Hospital Universitario de Donosti, donde quedó en observación y a la espera de las pruebas que se le harán mañana.
Pero como Perera es Perera, aún tan mermado, tomó su muleta y volvió donde sólo lo hacen los toreros para cuajar al de Fuente Ymbro en una faena desgarrada, sincera, emotiva, emocionante y tan como él. No perdió ya nunca el conjunto ese halo de incertidumbre y tensión que le infirió el percance y el drama fue gloria por obra y gracia del toreo y de los héroes a quienes está reservado. Mató pronto Miguel Ángel y, desgajado, recogió la oreja que, en buena lid, a sangre y fuego, le había ganado al toro en pulso tan vibrante. Y se encaminó a la enfermería, con claras dificultades para respirar, roto, pero envuelto en una de esas ovaciones que, como el toreo, sólo está reservada para los héroes.
Ya lo había saboreado con el capote en un ceñido y muy despacio quite por chicuelinas rematadas por debajo de la cadera. También en el arranque de la faena de muleta. Tan despacio también, tan templada, tan mecida. Tan enganchada por delante y tan rematada por detrás. Tan en Perera, tan puro. Deslizándose el toreo como fluye un río, apacible e implacable a un tiempo. Estaba disfrutando Miguel Ángel la brava franqueza de su primer toro de Fuente Ymbro cuando éste le alcanzó, le derribó e hizo por él en el suelo propinándole, primero, una fuerte voltereta y, ya caído, una soberana paliza de la que el torero se levantó visiblemente afectado. Destrozada la taleguilla, conmocionado, dolorido y herido. Herido en el escroto y herido en su costado derecho, en este caso, por la fractura de una costilla que le oprimía el pecho y le dificultó la respiración. De lo primero fue atendido en la propia enfermería de Illumbe. De lo segundo, en el Hospital Universitario de Donosti, donde quedó en observación y a la espera de las pruebas que se le harán mañana.
Pero como Perera es Perera, aún tan mermado, tomó su muleta y volvió donde sólo lo hacen los toreros para cuajar al de Fuente Ymbro en una faena desgarrada, sincera, emotiva, emocionante y tan como él. No perdió ya nunca el conjunto ese halo de incertidumbre y tensión que le infirió el percance y el drama fue gloria por obra y gracia del toreo y de los héroes a quienes está reservado. Mató pronto Miguel Ángel y, desgajado, recogió la oreja que, en buena lid, a sangre y fuego, le había ganado al toro en pulso tan vibrante. Y se encaminó a la enfermería, con claras dificultades para respirar, roto, pero envuelto en una de esas ovaciones que, como el toreo, sólo está reservada para los héroes.