Que Miguel Ángel Perera y la ganadería de Fuente Ymbro conforman un binomio perfecto hace tiempo que quedó demostrado. El conocimiento que el torero tiene del fondo que guardan en su esencia los toros de Ricardo Gallardo es absoluto y de vigencia renovada cada vez que cruzan sus caminos. Por ejemplo, hoy en Berja, donde Perera ha dado un recital de cómo desentrañar el misterio, las claves, las teclas de esta ganadería.
Ya lo hizo en su primero, un toro con buen fondo, pero medido de fuerza, que Miguel Ángel fue potenciando pasaje a pasaje de una faena rotunda y a más. Porque fue, tanda a tanda, afianzando a su oponente en su embestida. Lo necesitaba el animal, que tenía calidad que el torero fue extrayendo con su proverbial sentido del temple en series crecientes en duración y exigencia por ambos pitones. Toreó tan largo como despacio antes de una estocada que precisó del descabello.
Y remató la tarde (noche ya) a lo grande con una extraordinaria faena a su segundo, al que cuajó de principio a fin. Entendió perfecto las claves del toro y construyó una faena compacta e impecable, en tandas exigentes y cada vez más lentas y profundas, en las que el diestro disfrutó de verdad encajando la figura en la cintura para irse detrás de cada muletazo. Culminó enroscándose al toro por completo, pétrea la planta, y dominando las distancias más cortas en un ejercicio total de mando.
Que Miguel Ángel Perera y la ganadería de Fuente Ymbro conforman un binomio perfecto hace tiempo que quedó demostrado. El conocimiento que el torero tiene del fondo que guardan en su esencia los toros de Ricardo Gallardo es absoluto y de vigencia renovada cada vez que cruzan sus caminos. Por ejemplo, hoy en Berja, donde Perera ha dado un recital de cómo desentrañar el misterio, las claves, las teclas de esta ganadería.
Ya lo hizo en su primero, un toro con buen fondo, pero medido de fuerza, que Miguel Ángel fue potenciando pasaje a pasaje de una faena rotunda y a más. Porque fue, tanda a tanda, afianzando a su oponente en su embestida. Lo necesitaba el animal, que tenía calidad que el torero fue extrayendo con su proverbial sentido del temple en series crecientes en duración y exigencia por ambos pitones. Toreó tan largo como despacio antes de una estocada que precisó del descabello.
Y remató la tarde (noche ya) a lo grande con una extraordinaria faena a su segundo, al que cuajó de principio a fin. Entendió perfecto las claves del toro y construyó una faena compacta e impecable, en tandas exigentes y cada vez más lentas y profundas, en las que el diestro disfrutó de verdad encajando la figura en la cintura para irse detrás de cada muletazo. Culminó enroscándose al toro por completo, pétrea la planta, y dominando las distancias más cortas en un ejercicio total de mando.