Miguel Ángel Perera sigue construyendo la mejor de sus últimas temporadas y hoy prolongó a Manzanares su racha triunfal de un año al más alto nivel. Y lo hizo en la línea de lo que está siendo 2024: desde la solidez y brillantez del magisterio que, además, es feliz. Hoy cortó tres orejas que pudieron ser cuatro y, sobre todo, dejó de nuevo la estela de su momento de absoluta plenitud.
Fue rotunda su faena al segundo de su par, noble, pero justo de transmisión. Todo lo puso el torero en un conjunto siempre creciente, en la misma medida en que fue consolidando las virtudes de su oponente. Completó su derroche de poder con un final de dominio en cercanías, metido entre los pitones, antes de una excelente estocada entera que le valió el doble premio. La del primero tuvo el sello de lo magistral, levantada sobre la base de los múltiples registros que confiere a su sentido del temple. Ése con el que enseñó a embestir a este toro, noble, pero al que corrigió la rectitud de su embestida en curva a base de prolongarle el viaje con el mando que no impone sino que convence. Pinchó antes de la estocada definitiva y se hizo con un trofeo, que pudieron ser dos.
Miguel Ángel Perera sigue construyendo la mejor de sus últimas temporadas y hoy prolongó a Manzanares su racha triunfal de un año al más alto nivel. Y lo hizo en la línea de lo que está siendo 2024: desde la solidez y brillantez del magisterio que, además, es feliz. Hoy cortó tres orejas que pudieron ser cuatro y, sobre todo, dejó de nuevo la estela de su momento de absoluta plenitud.
Fue rotunda su faena al segundo de su par, noble, pero justo de transmisión. Todo lo puso el torero en un conjunto siempre creciente, en la misma medida en que fue consolidando las virtudes de su oponente. Completó su derroche de poder con un final de dominio en cercanías, metido entre los pitones, antes de una excelente estocada entera que le valió el doble premio. La del primero tuvo el sello de lo magistral, levantada sobre la base de los múltiples registros que confiere a su sentido del temple. Ése con el que enseñó a embestir a este toro, noble, pero al que corrigió la rectitud de su embestida en curva a base de prolongarle el viaje con el mando que no impone sino que convence. Pinchó antes de la estocada definitiva y se hizo con un trofeo, que pudieron ser dos.