Lo innegociable forma parte del ser mismo de Perera. Lo innegociable es la firmeza de plantas y para imponer el mando. La seguridad desde la confianza plena en lo que toca hacer y lo que se hace. Y la capacidad para hacerlo. La entrega y la paciencia por más que la materia prima no termine de responder a la expectativa del propio artista. La honestidad con el público, con el toreo y consigo mismo. Lo innegociable es el despliegue de recursos de Miguel Ángel hoy en Madrid para imponerse en la primera de las dos tardes del San Isidro de su vigésimo aniversario de alternativa. Para imponerse desde esa sólida y maciza ambición que está marcando su campaña, que trae aromas del Perera abrumador e inconformista de tantas veces, de tanto tiempo y que por sí misma le define. Ese torero que termina poniendo a todos de acuerdo a base de su verdad tan desnuda y tan transparente, tan desprendida de alharacas, tan pura y tan sincera. 

Lo innegociable es la versión tan Perera de Perera que hoy enseñó de nuevo Miguel Ángel en Las Ventas para superar las complejidades de su lote de toros, que no tuvo mal fondo, pero en cuyo fondo hubo de rascar para sacarlo a la superficie. Más agradecido aunque nunca fácil fue el primero de ellos. Un toro que embistió rebrincado y protestón. Que, por dónde y cómo se puso el torero, se tragó los primeros tres muletazos de cada tanda, pero que ya derrotaba a partir del cuarto. Nada que desesperara a Miguel Ángel ni le sacara de su plan porque volvía a ponerse en ese mismo lugar, con la misma rotundidad y firmeza y con la misma disposición de sacar la muleta por debajo de la pala del pitón, con el pulso tan pétreo como su seguridad en lo que estaba haciendo, látigo y seda a un tiempo, para cincelar puñados de naturales de trazo hondo e impecable, tan por abajo todos, que Madrid jaleó desde el reconocimiento de su mérito y su verdad. Convenció sin fisura alguna el extremeño al coro venteño en un ejercicio tan evidente de poder, que no tuvo la rúbrica que merecía con la espada porque se fue un poco baja.

Con la misma decisión apostó fuerte por el cuarto, frente al que se clavó de hinojos en el medio de Las Ventaspara pasárselo por la espalda en un primer trance de ajuste imposible, en el que sólo al final le sacó la muleta al toro de El Parralejo, que se iba como un obús hacia él. Después, también de rodillas, lo toreó en redondo con trazo largo gracias a cómo le sostuvo y prolongó el viaje al burel con la misma capacidad como si estuviera de pie. Exposición clara de sus intenciones de Perera, que aprovechó las primeras embestidas humilladas del astado, al que cuajó muy despacio y hondo por abajo en muletazos de cintura encajada y todo el peso del toreo cayendo sobre la pierna que cargaba la suerte. Se puso Miguel Ángel allí donde era preciso para ir desgajando las embestidas que el de El Parralejo escondía, otra vez, con una firmeza de plantas incuestionable y emocionante, también innegociable. Macizo Perera para explicar y exponer con su muleta que era allí y que era así. La falta de transmisión del animal le restó eco en el tendido a otra apabullante actuación de Miguel Ángel, sólo empañada de nuevo por la trayectoria de la espada.

Lo innegociable forma parte del ser mismo de Perera. Lo innegociable es la firmeza de plantas y para imponer el mando. La seguridad desde la confianza plena en lo que toca hacer y lo que se hace. Y la capacidad para hacerlo. La entrega y la paciencia por más que la materia prima no termine de responder a la expectativa del propio artista. La honestidad con el público, con el toreo y consigo mismo. Lo innegociable es el despliegue de recursos de Miguel Ángel hoy en Madrid para imponerse en la primera de las dos tardes del San Isidro de su vigésimo aniversario de alternativa. Para imponerse desde esa sólida y maciza ambición que está marcando su campaña, que trae aromas del Perera abrumador e inconformista de tantas veces, de tanto tiempo y que por sí misma le define. Ese torero que termina poniendo a todos de acuerdo a base de su verdad tan desnuda y tan transparente, tan desprendida de alharacas, tan pura y tan sincera. 

Lo innegociable es la versión tan Perera de Perera que hoy enseñó de nuevo Miguel Ángel en Las Ventas para superar las complejidades de su lote de toros, que no tuvo mal fondo, pero en cuyo fondo hubo de rascar para sacarlo a la superficie. Más agradecido aunque nunca fácil fue el primero de ellos. Un toro que embistió rebrincado y protestón. Que, por dónde y cómo se puso el torero, se tragó los primeros tres muletazos de cada tanda, pero que ya derrotaba a partir del cuarto. Nada que desesperara a Miguel Ángel ni le sacara de su plan porque volvía a ponerse en ese mismo lugar, con la misma rotundidad y firmeza y con la misma disposición de sacar la muleta por debajo de la pala del pitón, con el pulso tan pétreo como su seguridad en lo que estaba haciendo, látigo y seda a un tiempo, para cincelar puñados de naturales de trazo hondo e impecable, tan por abajo todos, que Madrid jaleó desde el reconocimiento de su mérito y su verdad. Convenció sin fisura alguna el extremeño al coro venteño en un ejercicio tan evidente de poder, que no tuvo la rúbrica que merecía con la espada porque se fue un poco baja.

Con la misma decisión apostó fuerte por el cuarto, frente al que se clavó de hinojos en el medio de Las Ventaspara pasárselo por la espalda en un primer trance de ajuste imposible, en el que sólo al final le sacó la muleta al toro de El Parralejo, que se iba como un obús hacia él. Después, también de rodillas, lo toreó en redondo con trazo largo gracias a cómo le sostuvo y prolongó el viaje al burel con la misma capacidad como si estuviera de pie. Exposición clara de sus intenciones de Perera, que aprovechó las primeras embestidas humilladas del astado, al que cuajó muy despacio y hondo por abajo en muletazos de cintura encajada y todo el peso del toreo cayendo sobre la pierna que cargaba la suerte. Se puso Miguel Ángel allí donde era preciso para ir desgajando las embestidas que el de El Parralejo escondía, otra vez, con una firmeza de plantas incuestionable y emocionante, también innegociable. Macizo Perera para explicar y exponer con su muleta que era allí y que era así. La falta de transmisión del animal le restó eco en el tendido a otra apabullante actuación de Miguel Ángel, sólo empañada de nuevo por la trayectoria de la espada.