Volvía hoy Miguel Ángel Perera a Linares doce años después y no pudo empezar mejor este reencuentro que con su triunfo ante su buen primer toro de Núñez de Tarifa, materia prima buena si se sabía esculpir con acierto y, sobre todo, con inteligencia. Ese poso de la maestría, de la madurez y de la sabiduría. La faena fue una lección de temple y acople perfecto con un toro muy noble, pero justo de raza. Lo entendió a la perfección y lo administró adaptándose en todo momento a las posibilidades del animal para, poco a poco, mejorar sus prestaciones en tandas que fueron creciendo en duración. Aunque cimentó la faena en el pitón derecho, dejó dos naturales bellos y hondos que fueron la cima de su obra. Que lo fue, dicho queda, por la clarividencia con se adaptó a las condiciones de su oponente para hacer de él y su buen fondo un verdadero cómplice. Se dio Miguel Ángel un baño de superioridad en el tramo final, pasándose al toro por todos lados, con las zapatillas agarradas al piso y haciendo de las muñecas la brújula de su toreo. Cobró una estocada entera de espléndida ejecución y cortó las dos orejas.

El capítulo ante el segundo se resume tan breve como se escribió porque el toro de Núñez de Tarifa no tenía nada dentro. Deslucido por desrazado, manso y rajado, entregó enseguida la cuchara y a Perera no le quedó más que abreviar.                            

Volvía hoy Miguel Ángel Perera a Linares doce años después y no pudo empezar mejor este reencuentro que con su triunfo ante su buen primer toro de Núñez de Tarifa, materia prima buena si se sabía esculpir con acierto y, sobre todo, con inteligencia. Ese poso de la maestría, de la madurez y de la sabiduría. La faena fue una lección de temple y acople perfecto con un toro muy noble, pero justo de raza. Lo entendió a la perfección y lo administró adaptándose en todo momento a las posibilidades del animal para, poco a poco, mejorar sus prestaciones en tandas que fueron creciendo en duración. Aunque cimentó la faena en el pitón derecho, dejó dos naturales bellos y hondos que fueron la cima de su obra. Que lo fue, dicho queda, por la clarividencia con se adaptó a las condiciones de su oponente para hacer de él y su buen fondo un verdadero cómplice. Se dio Miguel Ángel un baño de superioridad en el tramo final, pasándose al toro por todos lados, con las zapatillas agarradas al piso y haciendo de las muñecas la brújula de su toreo. Cobró una estocada entera de espléndida ejecución y cortó las dos orejas.

El capítulo ante el segundo se resume tan breve como se escribió porque el toro de Núñez de Tarifa no tenía nada dentro. Deslucido por desrazado, manso y rajado, entregó enseguida la cuchara y a Perera no le quedó más que abreviar.