“El mejor Perera”, dicen las crónicas. El de siempre y aún mejor. El del poso prendido de luz. El de la profundidad impecable, el del fondo técnico sobre el pilar del temple, el del ajuste como condición innegociable, el transparente, el que solo puede ser como es. “El mejor Perera”, resumen las crónicas. En Pamplona, una de esas plazas donde solo cabe lo mejor. Tarde maciza y compacta del torero extremeño. Luminoso, sobre todo, al natural, por donde emergió el mejor Perera.

Fue extraordinaria su faena al extraordinario primer toro de su par, de gran clase y entrega, cualidades que ya mostró en el capote de Curro Javier, en una lidia impecable. Apretó en banderillas hacia adentro y se la jugaron con verdad Juan Sierra y Vicente Herrera, que se desmonteraron. Apostó Miguel Ángel sin más demora al comenzar su faena de muleta con las dos rodillas en tierra en una tanda de encaje, profundidad y lentitud crecientes. Una gran serie que puso ya por las nubes el termómetro de la calidad de lo que vino después. Primero, por el pitón derecho, por donde el ejemplar de Victoriano del Río se desplazaba con categoría, lo que aprovechó Perera para torearlo muy en largo, recogida la embestida desde el cite muy por delante al remate, también muy atrás. Y reduciendo la velocidad del astado en cada muletazo. Los pases de pecho fueron, de igual forma, inmensos en su tiempo y en sus formas. Pero aún toreó mejor, más pleno, al natural porque embestía más profundo aún por ahí el de Victoriano. Se lo enroscó el extremeño al cuerpo en naturales de trazo impecable y cada vez más encajada la figura. Antes de cobrar una estocada entera que precisó de un descabello, se lo pasó una y otra vez muy cerca por luquesinas para completar un conjunto sencillamente redondo. Se demoró algo en caer el burel, a pesar de lo cual fue unánime la petición de la oreja.

La segunda vuelta de llave a la cerradura de la Puerta Grande de Pamplona la dio Miguel Ángel ante el cuarto, un toro que tuvo mejores inicios que finales, mejor embroque que remate. Sobre todo, por el pitón derecho. Porque lo enganchaba con firmeza y limpieza por delante y el toro se desplazaba, pero, al llegar a la salida de del pase, el deVictoriano se desentendía y salía con la cara alta. Recurrió Perera al fondo de la técnica para conducirlo en línea recta, evitando que le tocase los vuelos y bajándole cada vez más la mano. Entramado de oficio para construir luego un par de tandas al natural sencillamente soberbias por la largura de los muletazos y su tiempo como congelado, absolutamente al ralentí. Se rebozó ahí el torero en la entrega ya más cierta del astado que él mismo había conseguido labrar. Fue el triunfo de la paciencia y de la fe en medio del bajón ambiental que experimenta Pamplona en el toro de la merienda. Incluso a eso se repuso Miguel Ángel Perera, que, igual de despacio que toreó, se fue tras la espada para cobrar una gran estocada. Esa vuelta de llave que faltaba y que tenía que llegar…

“El mejor Perera”, dicen las crónicas. El de siempre y aún mejor. El del poso prendido de luz. El de la profundidad impecable, el del fondo técnico sobre el pilar del temple, el del ajuste como condición innegociable, el transparente, el que solo puede ser como es. “El mejor Perera”, resumen las crónicas. En Pamplona, una de esas plazas donde solo cabe lo mejor. Tarde maciza y compacta del torero extremeño. Luminoso, sobre todo, al natural, por donde emergió el mejor Perera.

Fue extraordinaria su faena al extraordinario primer toro de su par, de gran clase y entrega, cualidades que ya mostró en el capote de Curro Javier, en una lidia impecable. Apretó en banderillas hacia adentro y se la jugaron con verdad Juan Sierra y Vicente Herrera, que se desmonteraron. Apostó Miguel Ángel sin más demora al comenzar su faena de muleta con las dos rodillas en tierra en una tanda de encaje, profundidad y lentitud crecientes. Una gran serie que puso ya por las nubes el termómetro de la calidad de lo que vino después. Primero, por el pitón derecho, por donde el ejemplar de Victoriano del Río se desplazaba con categoría, lo que aprovechó Perera para torearlo muy en largo, recogida la embestida desde el cite muy por delante al remate, también muy atrás. Y reduciendo la velocidad del astado en cada muletazo. Los pases de pecho fueron, de igual forma, inmensos en su tiempo y en sus formas. Pero aún toreó mejor, más pleno, al natural porque embestía más profundo aún por ahí el de Victoriano. Se lo enroscó el extremeño al cuerpo en naturales de trazo impecable y cada vez más encajada la figura. Antes de cobrar una estocada entera que precisó de un descabello, se lo pasó una y otra vez muy cerca por luquesinas para completar un conjunto sencillamente redondo. Se demoró algo en caer el burel, a pesar de lo cual fue unánime la petición de la oreja.

La segunda vuelta de llave a la cerradura de la Puerta Grande de Pamplona la dio Miguel Ángel ante el cuarto, un toro que tuvo mejores inicios que finales, mejor embroque que remate. Sobre todo, por el pitón derecho. Porque lo enganchaba con firmeza y limpieza por delante y el toro se desplazaba, pero, al llegar a la salida de del pase, el deVictoriano se desentendía y salía con la cara alta. Recurrió Perera al fondo de la técnica para conducirlo en línea recta, evitando que le tocase los vuelos y bajándole cada vez más la mano. Entramado de oficio para construir luego un par de tandas al natural sencillamente soberbias por la largura de los muletazos y su tiempo como congelado, absolutamente al ralentí. Se rebozó ahí el torero en la entrega ya más cierta del astado que él mismo había conseguido labrar. Fue el triunfo de la paciencia y de la fe en medio del bajón ambiental que experimenta Pamplona en el toro de la merienda. Incluso a eso se repuso Miguel Ángel Perera, que, igual de despacio que toreó, se fue tras la espada para cobrar una gran estocada. Esa vuelta de llave que faltaba y que tenía que llegar…