La sincera ovación que le recibió cuando hizo acto de presencia en el ruedo. Ese reconocimiento y tanto cariño extendido también durante toda la corrida constataban la correspondencia de Badajoz y su afición para con Miguel Ángel Perera. Dieciocho años después de aquellas vísperas de San Juan cuando se convirtió en matador de toros, se presentaba ante su gente y ante su tierra frente a la dura prueba que siempre es una corrida como única espada, pero con la emoción asomándose a sus ojos por este camino recorrido. Esa primera ovación se prolongó poco después, ya roto el paseíllo, con la plaza puesta en pie y Miguel Ángelguardándose en el corazón el momento. Y desde ahí, todo fue pura entrega del torero por escribir para la tarde el guión que le correspondía. Ocurre que ninguno de sus seis toros, de seis hierros y cuatro encastes diferentes, se prestó de verdad a lo especial de la cita. Fue noble pero blando el primero de Jandilla, a la expectativa y sin regalar nada el de Puerto de San Lorenzo, sin entrega el de Victorino, noble aunque soso el de San Pelayo, se apagó demasiado pronto el de Garcigrande y solo el sexto, de Fuente Ymbro, se movió más, tuvo más mecha, aunque tampoco terminara de romper hacia adelante. Opciones contadas, pues, para Perera, que, así las cosas y sin poder disfrutar del todo, desplegó el arsenal de su oficio y capacidad.
Por ejemplo, para torear muy despacio al de Jandilla, al que mimó y condujo con sumo pulso para administrar sus fuerzas. Opuso seguridad y autoridad ante lo incierto del de Puerto de San Lorenzo, al que sacó tandas hondas y mandonas que tuvieron eco. Tiró de paciencia para extraer del de Victorino Martínhasta su última embestida, empapándolo de muleta para provocar que se calentara y tirar luego de él ampliando el metraje de los muletazos porque la tendencia del toro era salir algo desentendido. Esa mecha buscó imprimirle de igual forma al toro de su casa, un murube de San Pelayo de gran nobleza, pero al que le faltó transmitir un punto más. No se dejó nada dentro por extraerle al quinto de Garcigrande el poco fondo que sacó porque renunció a la pelea demasiado pronto. Y, al menos, con el sexto, tuvo la ocasión de enfibrarse más, desde la larga cambiada de rodillas con el capote, a los pases cambiados por la espalda en el inicio de la faena con la franela, las bernardinas y el parón final metido entre los pitones antes de exprimirle sus acometidas más ciertas y francas en tandas que calaron en el tendido porque aprovechó Miguel Ángel el motor que sí tuvo el astado, sobre todo, en la primera parte de la faena. Pidió con fuerza el público la segunda oreja de este toro, pero el presidente no la concedió. El balance final, pues, tres apéndices.
Caída la ya noche, se marchaba Miguel Ángel Perera por la Puerta Grande de su Badajoz con quien encarna el futuro más expectante de la Tauromaquia, el becerrista salmantino Marco Pérez. Era como si caminaran juntos de la mano tantos recuerdos de estos dieciocho años de torería, grandeza y dignidad, el presente de solvente y macerada madurez que ayer desplegó para sortear dificultades y ese mañana al que Perera le abre las puertas de par en par. Rodeando a ambos, un buen puñado de niños y de niñas haciendo suya la escena y dejando la estampa más hermosa: la de la esperanza renovada y a flor de piel dieciocho años después…
La sincera ovación que le recibió cuando hizo acto de presencia en el ruedo. Ese reconocimiento y tanto cariño extendido también durante toda la corrida constataban la correspondencia de Badajoz y su afición para con Miguel Ángel Perera. Dieciocho años después de aquellas vísperas de San Juan cuando se convirtió en matador de toros, se presentaba ante su gente y ante su tierra frente a la dura prueba que siempre es una corrida como única espada, pero con la emoción asomándose a sus ojos por este camino recorrido. Esa primera ovación se prolongó poco después, ya roto el paseíllo, con la plaza puesta en pie y Miguel Ángelguardándose en el corazón el momento. Y desde ahí, todo fue pura entrega del torero por escribir para la tarde el guión que le correspondía. Ocurre que ninguno de sus seis toros, de seis hierros y cuatro encastes diferentes, se prestó de verdad a lo especial de la cita. Fue noble pero blando el primero de Jandilla, a la expectativa y sin regalar nada el de Puerto de San Lorenzo, sin entrega el de Victorino, noble aunque soso el de San Pelayo, se apagó demasiado pronto el de Garcigrande y solo el sexto, de Fuente Ymbro, se movió más, tuvo más mecha, aunque tampoco terminara de romper hacia adelante. Opciones contadas, pues, para Perera, que, así las cosas y sin poder disfrutar del todo, desplegó el arsenal de su oficio y capacidad.
Por ejemplo, para torear muy despacio al de Jandilla, al que mimó y condujo con sumo pulso para administrar sus fuerzas. Opuso seguridad y autoridad ante lo incierto del de Puerto de San Lorenzo, al que sacó tandas hondas y mandonas que tuvieron eco. Tiró de paciencia para extraer del de Victorino Martínhasta su última embestida, empapándolo de muleta para provocar que se calentara y tirar luego de él ampliando el metraje de los muletazos porque la tendencia del toro era salir algo desentendido. Esa mecha buscó imprimirle de igual forma al toro de su casa, un murube de San Pelayo de gran nobleza, pero al que le faltó transmitir un punto más. No se dejó nada dentro por extraerle al quinto de Garcigrande el poco fondo que sacó porque renunció a la pelea demasiado pronto. Y, al menos, con el sexto, tuvo la ocasión de enfibrarse más, desde la larga cambiada de rodillas con el capote, a los pases cambiados por la espalda en el inicio de la faena con la franela, las bernardinas y el parón final metido entre los pitones antes de exprimirle sus acometidas más ciertas y francas en tandas que calaron en el tendido porque aprovechó Miguel Ángel el motor que sí tuvo el astado, sobre todo, en la primera parte de la faena. Pidió con fuerza el público la segunda oreja de este toro, pero el presidente no la concedió. El balance final, pues, tres apéndices.
Caída la ya noche, se marchaba Miguel Ángel Perera por la Puerta Grande de su Badajoz con quien encarna el futuro más expectante de la Tauromaquia, el becerrista salmantino Marco Pérez. Era como si caminaran juntos de la mano tantos recuerdos de estos dieciocho años de torería, grandeza y dignidad, el presente de solvente y macerada madurez que ayer desplegó para sortear dificultades y ese mañana al que Perera le abre las puertas de par en par. Rodeando a ambos, un buen puñado de niños y de niñas haciendo suya la escena y dejando la estampa más hermosa: la de la esperanza renovada y a flor de piel dieciocho años después…