Era el día del regreso tras el percance de Sevilla treinta y cinco días después. De volver adonde siempre, de recuperar las sensaciones y la vida. Un regreso triunfal a la postre con tres orejas en el esportón de la recompensa después de una tarde bonita en todo y espléndida de toreo. Ayudó un buen lote de toros de Hermanos Collado y El Cotillo, acompañantes necesarios hoy para construir dos faenas de temple líquido, de toreo de seda, de poder que convence. El primero, que no se dejó nada con el capote, sí ofreció interesantes prestaciones ya en la muleta por ambos pitones. Se empleó pronto, obediente y entregado, acudiendo por abajo a la franela que Perera manejó con el pulso intacto como si nada hubiera pasado este mes largo, ni siquiera la obligada convalecencia. Miguel Ángel en Perera. Al principio y al final. Porque fue la segunda parte de la obra la de la quietud para mandar y hacer de su cintura y sus muñecas las brújulas que imponían el mando y el toreo. Mató pronto y se alzó con las dos orejas que le aseguraban la puerta grande a las primeras de cambio.
Un trofeo más sumó en su segundo toro, bueno también. Especialmente, por el pitón izquierdo, por donde desarrolló una clase de alto nivel. Así las cosas, al más alto nivel lo cuajó el extremeño. Muy encajado en los riñones y pulseando las embestidas con pulso invisible, exigiendo muy por abajo por donde respondía intachable el ejemplar de El Cotillo. Faena a placer de Miguel Ángel, tremendamente a gusto en esta faena como toda la tarde para sacar a florecer las mejores sensaciones de un regreso feliz.
Era el día del regreso tras el percance de Sevilla treinta y cinco días después. De volver adonde siempre, de recuperar las sensaciones y la vida. Un regreso triunfal a la postre con tres orejas en el esportón de la recompensa después de una tarde bonita en todo y espléndida de toreo. Ayudó un buen lote de toros de Hermanos Collado y El Cotillo, acompañantes necesarios hoy para construir dos faenas de temple líquido, de toreo de seda, de poder que convence. El primero, que no se dejó nada con el capote, sí ofreció interesantes prestaciones ya en la muleta por ambos pitones. Se empleó pronto, obediente y entregado, acudiendo por abajo a la franela que Perera manejó con el pulso intacto como si nada hubiera pasado este mes largo, ni siquiera la obligada convalecencia. Miguel Ángel en Perera. Al principio y al final. Porque fue la segunda parte de la obra la de la quietud para mandar y hacer de su cintura y sus muñecas las brújulas que imponían el mando y el toreo. Mató pronto y se alzó con las dos orejas que le aseguraban la puerta grande a las primeras de cambio.
Un trofeo más sumó en su segundo toro, bueno también. Especialmente, por el pitón izquierdo, por donde desarrolló una clase de alto nivel. Así las cosas, al más alto nivel lo cuajó el extremeño. Muy encajado en los riñones y pulseando las embestidas con pulso invisible, exigiendo muy por abajo por donde respondía intachable el ejemplar de El Cotillo. Faena a placer de Miguel Ángel, tremendamente a gusto en esta faena como toda la tarde para sacar a florecer las mejores sensaciones de un regreso feliz.