Reconocía el propio torero al final de su actuación a los micrófonos de Toros que se quedaba “con la miel en los labios”. Es, sin duda, el mejor resumen de su tarde en Colmenar Viejo, una plaza que ha visto muchas veces al mejor Perera. Sabor agridulce. Dulce por las cucharaditas de toreo del bueno que tuvo la ocasión de dispensar cuando contó con ocasión para ello. Tanto con el capote como con la muleta. Agrio porque había ganas de más, muchas ganas de más ante un lote de toros que, en diferente medida, apuntó cosas buenas, pero no terminó de plasmarlas en el tablero de la verdad. Sobre todo al segundo de ellos, le faltó durar más.
Lanceó en el recibo a la verónica Miguel Ángel Perera con tanta sutileza como despaciosidad a ese segundo toro de su lote para sacarlo al centro aprovechando las francas embestidas del ejemplar de Zacarías Moreno. El mismo ritmo con el que lo toreó después en el quite por chicuelinas, muy ceñidas y de manos bajas. Proverbial también el capote en la lidia de Curro Javier y espectacular Javier Ambel y siempre eficaz Vicente Herrera en banderillas, que se desmonteraron. Tuvo mucha transmisión el comienzo de la faena de muleta, con Miguel Ángel enterrando los pies en la arena para pasarse muy cerca a su oponente, con mecha aún en esos compases. Tuvo eco hondo, sobre todo, el último de los muletazos por su metraje, por dónde lo enganchó y cómo se le envolvió a la cintura sin mover las plantas. Pero se fue apagando demasiado pronto el toro, lo que no permitió a Perera atacarlo demasiado en tandas que tuvieron que ser necesariamente cortas para dosificar el fondo del animal. Creyó más en él por el pitón izquierdo, por donde lo pulseó de forma casi imperceptible, sin apretarle nunca, tirando de él con ese imán que nunca falla que se llama temple. Cuidó el diestro a su oponente para que le durara lo máximo posible, pero en cada muletazo fue reduciendo éste su dosis de entrega y salía de ellos ya sin emplearse. Lo mató perfecto con una estocada fulminante y recibió la oreja.
Se lesionó Farolero II-37, el toro titular, que apuntó augurios muy buenos, y el palco lo cambió por el sobrero, Coletero-100, del mismo hierro-, que nada tuvo que ver. Se lo sacó muy suave a los medios, pasándolo en línea recta y tratando de afianzar el buen fondo que sí tenía, pero que no terminó de sacar. Porque, además de prontitud y buen son, tuvo el toro nobleza, aunque era mejor el inicio de sus embestidas que los finales, porque salía de ellas algo desentendido, una condición que fue acentuando conforme se sintió más podido. Lo intentó Miguel Ángel por ambos pitones, obligándolo más por abajo por el lado izquierdo, pero no acabó de recibir la correspondencia del sobrero de Zacarías Moreno, que no transmitió. La estocada entera, lo despacio que hizo la suerte, fue lo mejor del conjunto.
Reconocía el propio torero al final de su actuación a los micrófonos de Toros que se quedaba “con la miel en los labios”. Es, sin duda, el mejor resumen de su tarde en Colmenar Viejo, una plaza que ha visto muchas veces al mejor Perera. Sabor agridulce. Dulce por las cucharaditas de toreo del bueno que tuvo la ocasión de dispensar cuando contó con ocasión para ello. Tanto con el capote como con la muleta. Agrio porque había ganas de más, muchas ganas de más ante un lote de toros que, en diferente medida, apuntó cosas buenas, pero no terminó de plasmarlas en el tablero de la verdad. Sobre todo al segundo de ellos, le faltó durar más.
Lanceó en el recibo a la verónica Miguel Ángel Perera con tanta sutileza como despaciosidad a ese segundo toro de su lote para sacarlo al centro aprovechando las francas embestidas del ejemplar de Zacarías Moreno. El mismo ritmo con el que lo toreó después en el quite por chicuelinas, muy ceñidas y de manos bajas. Proverbial también el capote en la lidia de Curro Javier y espectacular Javier Ambel y siempre eficaz Vicente Herrera en banderillas, que se desmonteraron. Tuvo mucha transmisión el comienzo de la faena de muleta, con Miguel Ángel enterrando los pies en la arena para pasarse muy cerca a su oponente, con mecha aún en esos compases. Tuvo eco hondo, sobre todo, el último de los muletazos por su metraje, por dónde lo enganchó y cómo se le envolvió a la cintura sin mover las plantas. Pero se fue apagando demasiado pronto el toro, lo que no permitió a Perera atacarlo demasiado en tandas que tuvieron que ser necesariamente cortas para dosificar el fondo del animal. Creyó más en él por el pitón izquierdo, por donde lo pulseó de forma casi imperceptible, sin apretarle nunca, tirando de él con ese imán que nunca falla que se llama temple. Cuidó el diestro a su oponente para que le durara lo máximo posible, pero en cada muletazo fue reduciendo éste su dosis de entrega y salía de ellos ya sin emplearse. Lo mató perfecto con una estocada fulminante y recibió la oreja.
Se lesionó Farolero II-37, el toro titular, que apuntó augurios muy buenos, y el palco lo cambió por el sobrero, Coletero-100, del mismo hierro-, que nada tuvo que ver. Se lo sacó muy suave a los medios, pasándolo en línea recta y tratando de afianzar el buen fondo que sí tenía, pero que no terminó de sacar. Porque, además de prontitud y buen son, tuvo el toro nobleza, aunque era mejor el inicio de sus embestidas que los finales, porque salía de ellas algo desentendido, una condición que fue acentuando conforme se sintió más podido. Lo intentó Miguel Ángel por ambos pitones, obligándolo más por abajo por el lado izquierdo, pero no acabó de recibir la correspondencia del sobrero de Zacarías Moreno, que no transmitió. La estocada entera, lo despacio que hizo la suerte, fue lo mejor del conjunto.