Hay ganas de toros, muchas ganas de toros. La gente tiene ganas de toros y la tienen los profesionales: toreros y ganaderos. Es la mejor conclusión que deja esta primera tarde de 2021. El taquillaje agotado, el ambiente previo en los aledaños de la plaza, los tendidos llenos en el 50% del aforo permitido, la ovación cerrada a los toreros nada más deshacerse el paseíllo… Todo excepcional, remarcando la magia única de este espectáculo único.
La espada y solo la espada privó a Miguel Ángel Perera de su primer triunfo de la temporada. Fue el suyo un lote de toros de Luis Algarra similares en la condición. Es decir, nobles ambos, pero ambos con el poder contado. Se apagaron pronto y no transmitieron, lo que diluyó su calidad. Pinchó Miguel Ángel la faena a su primero, un toro noble y con clase, aunque algo apagado que fue afianzando en tandas de mucho temple por los dos pitones. Ya con el capote lo lanceó despacio y con suavidad. Se gustó Perera toreando a placer con la muleta, intachable los muletazos, sin exigir demasiado en las alturas y conduciendo las embestidas con tacto y medida. Cobró una buena estocada arriba previa a dos pinchazos y eso le dejó sin premio.
Se pareció mucho el guión en su segundo, al que le planteó el inicio de la faena de muleta en los medios para dejárselo venir y pasárselo por la espalda con ajuste. Se quedó corto el toro en el envite y Perera se lo pasó muy cerca. Le pudo exigir más en las primeras tandas por el lado derecho, bajándole la mano y dejándole la muleta muy puesta y muy cerca para, como un imán, ligarle los muletazos, de trazo impecable y de impecable suavidad. La falta de empuje del toro de Algarra le robó más continuidad a la obra, que remontó su vuelo en una serie muy ligada al natural bajo las mismas claves que antes con la diestra. Se terminó de apagar el astado y recurrió Miguel Ángel a la distancia mínima para dominar por completo la escena e imponer el tiempo de cada muletazo, de uno en uno, pero con la emoción del ajuste. Se metió mucho el público en ese trance y ovacionó en pie la exhibición del torero. Se sucedieron entonces, como antes, dos pinchazos previos a la estocada final y la previsible recompensa se redujo a otra sincera ovación.
Hay ganas de toros, muchas ganas de toros. La gente tiene ganas de toros y la tienen los profesionales: toreros y ganaderos. Es la mejor conclusión que deja esta primera tarde de 2021. El taquillaje agotado, el ambiente previo en los aledaños de la plaza, los tendidos llenos en el 50% del aforo permitido, la ovación cerrada a los toreros nada más deshacerse el paseíllo… Todo excepcional, remarcando la magia única de este espectáculo único.
La espada y solo la espada privó a Miguel Ángel Perera de su primer triunfo de la temporada. Fue el suyo un lote de toros de Luis Algarra similares en la condición. Es decir, nobles ambos, pero ambos con el poder contado. Se apagaron pronto y no transmitieron, lo que diluyó su calidad. Pinchó Miguel Ángel la faena a su primero, un toro noble y con clase, aunque algo apagado que fue afianzando en tandas de mucho temple por los dos pitones. Ya con el capote lo lanceó despacio y con suavidad. Se gustó Perera toreando a placer con la muleta, intachable los muletazos, sin exigir demasiado en las alturas y conduciendo las embestidas con tacto y medida. Cobró una buena estocada arriba previa a dos pinchazos y eso le dejó sin premio.
Se pareció mucho el guión en su segundo, al que le planteó el inicio de la faena de muleta en los medios para dejárselo venir y pasárselo por la espalda con ajuste. Se quedó corto el toro en el envite y Perera se lo pasó muy cerca. Le pudo exigir más en las primeras tandas por el lado derecho, bajándole la mano y dejándole la muleta muy puesta y muy cerca para, como un imán, ligarle los muletazos, de trazo impecable y de impecable suavidad. La falta de empuje del toro de Algarra le robó más continuidad a la obra, que remontó su vuelo en una serie muy ligada al natural bajo las mismas claves que antes con la diestra. Se terminó de apagar el astado y recurrió Miguel Ángel a la distancia mínima para dominar por completo la escena e imponer el tiempo de cada muletazo, de uno en uno, pero con la emoción del ajuste. Se metió mucho el público en ese trance y ovacionó en pie la exhibición del torero. Se sucedieron entonces, como antes, dos pinchazos previos a la estocada final y la previsible recompensa se redujo a otra sincera ovación.