Áspera y dura. Muy dura. Así fue la tarde última de un año tan bonito. El broche inesperado. Indeseable. Desagradable. Una tarde que se terminó cuando el cuarto toro cogió de manera tan terrible a Mariano de la Viña, que lidiaba con el capote al segundo del lote de Enrique Ponce. La forma en que sucedió todo partió en dos la corrida. Ya nadie quería más toros. No había ganas. Ni ánimo. No había fuerzas. Fue todo tan duro... Para más inri, luego vino el percance de Miguel Ángel. El sobrero de Montalvo hizo hilo con él a la salida del primer encuentro con el caballo, le vio presa fácil, le persiguió y le alcanzó prendiéndole certero por la parte trasera del muslo derecho. Inapelable. Aunque se encaminó a la enfermería por su propio pie, Perera sabía que estaba herido. Podía verlo todo la plaza. Evidentemente, ya no pudo continuar...
Lo del primero fue otro ejercicio de capacidad y casi de supervivencia, un esfuerzo de ésos que dignifica a un torero que se empeña en ganar con bien la partida tan brusca que le planteaba ese toro en cada envite, en cada encuentro. No tuvo celo nunca, no se empleó nunca, pero se defendió con virulencia y sin ninguna clase ante la muleta, en cambio, tersa y templada de Miguel Ángel, brújula que intentaba ordenar tanto desdén. Y lo consiguió. Y por ahí vino su conquista del público aragonés que llenó hoy la Misericordia. Porque entendió la gente el valor de cada muletazo arrancado, de cada viaje tomado tan por delante y finalizado mucho más atrás de lo que el manso quería, pero que se tragaba porque así lo ordenaba el mando impertérrito del extremeño. Y hubo clamor hondo en el trazo de cada serie porque no era nada sencillo que la muleta culminara limpia ante tanto derrote. Hubo una tanda al natural de enorme valor también porque, huidizo el toro, le tapaba la salida el torero hilando un pase a otro hasta que el de Montalvo se tragó tanto toreo, que era como quina para su cobardía. Mató pronto y ahí se acabó su temporada. De forma inesperada. Agria. Desagradable. Pero era sólo el principio de tanta hiel como vino después...
Áspera y dura. Muy dura. Así fue la tarde última de un año tan bonito. El broche inesperado. Indeseable. Desagradable. Una tarde que se terminó cuando el cuarto toro cogió de manera tan terrible a Mariano de la Viña, que lidiaba con el capote al segundo del lote de Enrique Ponce. La forma en que sucedió todo partió en dos la corrida. Ya nadie quería más toros. No había ganas. Ni ánimo. No había fuerzas. Fue todo tan duro... Para más inri, luego vino el percance de Miguel Ángel. El sobrero de Montalvo hizo hilo con él a la salida del primer encuentro con el caballo, le vio presa fácil, le persiguió y le alcanzó prendiéndole certero por la parte trasera del muslo derecho. Inapelable. Aunque se encaminó a la enfermería por su propio pie, Perera sabía que estaba herido. Podía verlo todo la plaza. Evidentemente, ya no pudo continuar...
Lo del primero fue otro ejercicio de capacidad y casi de supervivencia, un esfuerzo de ésos que dignifica a un torero que se empeña en ganar con bien la partida tan brusca que le planteaba ese toro en cada envite, en cada encuentro. No tuvo celo nunca, no se empleó nunca, pero se defendió con virulencia y sin ninguna clase ante la muleta, en cambio, tersa y templada de Miguel Ángel, brújula que intentaba ordenar tanto desdén. Y lo consiguió. Y por ahí vino su conquista del público aragonés que llenó hoy la Misericordia. Porque entendió la gente el valor de cada muletazo arrancado, de cada viaje tomado tan por delante y finalizado mucho más atrás de lo que el manso quería, pero que se tragaba porque así lo ordenaba el mando impertérrito del extremeño. Y hubo clamor hondo en el trazo de cada serie porque no era nada sencillo que la muleta culminara limpia ante tanto derrote. Hubo una tanda al natural de enorme valor también porque, huidizo el toro, le tapaba la salida el torero hilando un pase a otro hasta que el de Montalvo se tragó tanto toreo, que era como quina para su cobardía. Mató pronto y ahí se acabó su temporada. De forma inesperada. Agria. Desagradable. Pero era sólo el principio de tanta hiel como vino después...