20170915 salamanca02
15 de septiembre de 2017
SALAMANCA
Feria de la VIRGEN DE LA VEGA
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
MONTALVO
Enrique Ponce
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Ginés Marín
  
DESDE LA ENTRAÑA DEL CORAZÓN
 
Corría apenas la primera parte de su faena de muleta a Cortador-88 y La Glorieta, la Plaza de Salamanca, ya estaba en pie, Entusiasmada. Eufórica. Emocionada. Feliz. Tan sólo era el ecuador de su obra, otra gran obra, y los tendidos ya estaban boca abajo. No era para menos: la rotundidad, la profundidad, la excelsitud, la majestuosidad de esas tres tandas con cada uno de sus muletazos eran como la mecha que hubiera dinamitada al mismísimo Polo Norte. Tremenda tanta emoción, tanta verdad en la entrega traducida en la forma desbocada pero lentísima en que Miguel Ángel se fue destrás de cada vuelo como si le fuera la vida en ello. Rasgaba la piel la magnitud de cada muletazo, su duración, su tiempo, dónde empezaba y cómo no terminaba nunca porque se enlazaban unos con otros sin tregua alguna conformando un conjunto pletórico, soberbio, desgarrado, luminoso y deslumbrante. Cada vez que Perera y Cortador se fundían en cada encuentro, se levantaba un monumento al arte de torear. Por eso crujía La Glorieta: porque era la entraña misma del corazón lo que le estaban pellizcando. Y había sido sólo la primera mitad de todo lo demás. El resto fue también sublime. No perdió ni un ápice de intensidad y de alto voltaje el toreo al natural del extremeño, el argumento de la historia entera que fue cada muletazo. El mismo guión y la misma exigencia: la propuesta hecha muy desde alante para traerse toreada toda la embestida de Cortador, sumergirse en ella como quien no tiene más mañana que ahogarse en el océano, dejar caer a plomo sobre la cintura el peso de todo el cuerpo y dejar que el brazo volara hasta no terminar nunca porque el giro de cada muñeca era ya el comienzo de otra historia nueva. A esas alturas ya, Salamanca era un clamor de reconocimiento a la magna magnitud de la que estaba liando Miguel Ángel, que entraba y salía de cada tanda con el gesto altivo de quien se sabe grande, muy grande, mejorado y ampliado después del sufrimiento callado. Que nada pasa por casualidad y que nada cae en saco roto cuando se hace con verdad. Por eso Perera vive y derrama por cada plaza que pisa tamaño momento de majestuosidad: porque lo ha venido esculpiendo a fuego lento en su alma de torero ya mil veces curtida. Se tiró a matar tan de verdad también que se le fue la espada algo trasera y por eso tardó el de Montalvo en caer. Poca cosa frente a tanto. Y Salamanca tenia ya los pañuelos en la mano para pedir lo que era justo. Y se hizo la justicia.
 
Había tragado antes Miguel Ángel con su incierto, descompuesto y peligroso primero. Un toro que no se entregó nunca, que se frenaba a la mitad de cada embroque, que reponía y que miraba buscando sorprender. Trascendió la quina que llevaba dentro, pero mucho menos de lo real porque el torero lo tapó. Lo mató pronto y se hizo el silencio. Pero fue sólo cuestión de un rato que ese silencio se convirtiera en puro eco: ése que resuena cuando, como Miguel Ángel Perera hoy, se torea desde la entraña del corazón. 
 
 
Plaza de Toros de SALAMANCA. Tres cuartos de entrada. Se lidian toros de MONTALVO. Al quinto, de nombre Cortador-88, se le da la vuelta al ruedo.
 
Enrique Ponce: silencio y dos orejas
Miguel Ángel Perera: silencio y dos orejas
Ginés Marín: oreja y oreja
 
Se desmonteran Curro Javier y Guillermo Barbero en el primer toro y Javier Ambel en el segundo
 
 
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15 de septiembre de 2017
SALAMANCA
Feria de la VIRGEN DE LA VEGA
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
MONTALVO
Enrique Ponce
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Ginés Marín
  
DESDE LA ENTRAÑA DEL CORAZÓN
 
Corría apenas la primera parte de su faena de muleta a Cortador-88 y La Glorieta, la Plaza de Salamanca, ya estaba en pie, Entusiasmada. Eufórica. Emocionada. Feliz. Tan sólo era el ecuador de su obra, otra gran obra, y los tendidos ya estaban boca abajo. No era para menos: la rotundidad, la profundidad, la excelsitud, la majestuosidad de esas tres tandas con cada uno de sus muletazos eran como la mecha que hubiera dinamitada al mismísimo Polo Norte. Tremenda tanta emoción, tanta verdad en la entrega traducida en la forma desbocada pero lentísima en que Miguel Ángel se fue destrás de cada vuelo como si le fuera la vida en ello. Rasgaba la piel la magnitud de cada muletazo, su duración, su tiempo, dónde empezaba y cómo no terminaba nunca porque se enlazaban unos con otros sin tregua alguna conformando un conjunto pletórico, soberbio, desgarrado, luminoso y deslumbrante. Cada vez que Perera y Cortador se fundían en cada encuentro, se levantaba un monumento al arte de torear. Por eso crujía La Glorieta: porque era la entraña misma del corazón lo que le estaban pellizcando. Y había sido sólo la primera mitad de todo lo demás. El resto fue también sublime. No perdió ni un ápice de intensidad y de alto voltaje el toreo al natural del extremeño, el argumento de la historia entera que fue cada muletazo. El mismo guión y la misma exigencia: la propuesta hecha muy desde alante para traerse toreada toda la embestida de Cortador, sumergirse en ella como quien no tiene más mañana que ahogarse en el océano, dejar caer a plomo sobre la cintura el peso de todo el cuerpo y dejar que el brazo volara hasta no terminar nunca porque el giro de cada muñeca era ya el comienzo de otra historia nueva. A esas alturas ya, Salamanca era un clamor de reconocimiento a la magna magnitud de la que estaba liando Miguel Ángel, que entraba y salía de cada tanda con el gesto altivo de quien se sabe grande, muy grande, mejorado y ampliado después del sufrimiento callado. Que nada pasa por casualidad y que nada cae en saco roto cuando se hace con verdad. Por eso Perera vive y derrama por cada plaza que pisa tamaño momento de majestuosidad: porque lo ha venido esculpiendo a fuego lento en su alma de torero ya mil veces curtida. Se tiró a matar tan de verdad también que se le fue la espada algo trasera y por eso tardó el de Montalvo en caer. Poca cosa frente a tanto. Y Salamanca tenia ya los pañuelos en la mano para pedir lo que era justo. Y se hizo la justicia.
 
Había tragado antes Miguel Ángel con su incierto, descompuesto y peligroso primero. Un toro que no se entregó nunca, que se frenaba a la mitad de cada embroque, que reponía y que miraba buscando sorprender. Trascendió la quina que llevaba dentro, pero mucho menos de lo real porque el torero lo tapó. Lo mató pronto y se hizo el silencio. Pero fue sólo cuestión de un rato que ese silencio se convirtiera en puro eco: ése que resuena cuando, como Miguel Ángel Perera hoy, se torea desde la entraña del corazón. 
 
 
Plaza de Toros de SALAMANCA. Tres cuartos de entrada. Se lidian toros de MONTALVO. Al quinto, de nombre Cortador-88, se le da la vuelta al ruedo.
 
Enrique Ponce: silencio y dos orejas
Miguel Ángel Perera: silencio y dos orejas
Ginés Marín: oreja y oreja
 
Se desmonteran Curro Javier y Guillermo Barbero en el primer toro y Javier Ambel en el segundo
 
 
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