Puede que los resultados que tantas veces dependen de toda la suerte que vuela tras el viaje de las espadas sean como los árboles que no dejan ver el bosque, pero hay una realidad incontestable que se viene probando tarde a tarde en cada plaza de toros: Miguel Ángel Perera ha cruzado esa línea que acerca a los toreros al terreno donde habita aquello que siempre buscaron. La perfección de la que hablan como si nunca se llegara a alcanzar de verdad. Ese hito que lo colma todo. Ese estatus que ya no tiene tanto que ver con lo material y sí con la parte más íntima donde un torero se siente plenamente realizado. Miguel Ángel Perera lleva todo este año 2016 cincelando obras de arte, faenas redondas y macizas, composiciones de un poso que deberían ser el bosque sin árboles que lo oculten.

 

Por ejemplo, hoy en Gijón. La suya ha sido una tarde de una solidez, de una consistencia, de una rotundidad que las imágenes definen por sí mismas. La de Perera hoy en El Bibio ha sido la tarde en la que el toreo al natural se ha derramado a borbotones para manifestarse monumental y único. El toreo al natural como toreo fundamental. De abajo a más abajo. De muy delante a muy detrás. Apoyado por entero en un eje pétreo que era la columna que enterraba su raíz en la cintura misma del torero para que sólo ésta se moviera yéndose detrás del viaje de cada muletazo. Por momentos, además, con el compás muy abierto y la suerte cargada al máximo para, así, enganchar con la yema de los vuelos la embestida de los toros y conducirlos despacio y muy largos hasta la espalda del torero. Ahí están las imágenes. Las de fotografía y las de vídeo. Carteles de toros, que decían antes. Tratados auténticos sobre por qué la Tauromaquia es ciencia a la vez que arte. En el trazo de cada uno de esos muletazos, sobre todo, de cada uno de esos naturales, iba prendido hoy, como tantas tardes de este año, el cuajo de camisa partía de un torero, Miguel Ángel Perera, que está toreando más para sí que nunca. Y, como consecuencia, más puro que nunca. Es como si hubiera hallado ya esa fórmula interior que eleva el valor de su toreo a la enésima potencia...

 

 

 

 

Puede que los resultados que tantas veces dependen de toda la suerte que vuela tras el viaje de las espadas sean como los árboles que no dejan ver el bosque, pero hay una realidad incontestable que se viene probando tarde a tarde en cada plaza de toros: Miguel Ángel Perera ha cruzado esa línea que acerca a los toreros al terreno donde habita aquello que siempre buscaron. La perfección de la que hablan como si nunca se llegara a alcanzar de verdad. Ese hito que lo colma todo. Ese estatus que ya no tiene tanto que ver con lo material y sí con la parte más íntima donde un torero se siente plenamente realizado. Miguel Ángel Perera lleva todo este año 2016 cincelando obras de arte, faenas redondas y macizas, composiciones de un poso que deberían ser el bosque sin árboles que lo oculten.

 

Por ejemplo, hoy en Gijón. La suya ha sido una tarde de una solidez, de una consistencia, de una rotundidad que las imágenes definen por sí mismas. La de Perera hoy en El Bibio ha sido la tarde en la que el toreo al natural se ha derramado a borbotones para manifestarse monumental y único. El toreo al natural como toreo fundamental. De abajo a más abajo. De muy delante a muy detrás. Apoyado por entero en un eje pétreo que era la columna que enterraba su raíz en la cintura misma del torero para que sólo ésta se moviera yéndose detrás del viaje de cada muletazo. Por momentos, además, con el compás muy abierto y la suerte cargada al máximo para, así, enganchar con la yema de los vuelos la embestida de los toros y conducirlos despacio y muy largos hasta la espalda del torero. Ahí están las imágenes. Las de fotografía y las de vídeo. Carteles de toros, que decían antes. Tratados auténticos sobre por qué la Tauromaquia es ciencia a la vez que arte. En el trazo de cada uno de esos muletazos, sobre todo, de cada uno de esos naturales, iba prendido hoy, como tantas tardes de este año, el cuajo de camisa partía de un torero, Miguel Ángel Perera, que está toreando más para sí que nunca. Y, como consecuencia, más puro que nunca. Es como si hubiera hallado ya esa fórmula interior que eleva el valor de su toreo a la enésima potencia...