Se ahogó la tarde en la marea a la contra de un lote a contraestilo y sin opciones. Innegable la actitud, la disposición, las ganas de Miguel Ángel Perera por exprimir la tarde y sus circunstancias. E intentó siempre ser él, fiel a su concepto, a su filosofía, a su verdad frente a dos toros que le duraron nada. Les hizo las cosas el extremeño como si fueran buenos, pero no lo eran.
Desde el inicio dejó entrever el primero, Pelícano-196, que la suya era otra guerra. Sin fijeza, fue siempre a su aire. No se empleó en el caballo, donde Miguel Ángel Perera lo dejó crudo buscando que no se afligiera y que durara lo más posible. Brindó el torero al público y se puso pronto a torear con firmeza y decisión, sabiendo justo que era mando lo que requería lo informal del fuenteymbro. Y lo sometió mucho, muy por abajo y muy largo, en dos tandas impecables por el pitón derecho que hicieron rugir al público de Madrid. Fue el único pasaje en el que el toro se entregó de verdad. Tomó entonces la mano zurda, pero sólo encontró por ahí Perera protestas y brusquedad. Molestó mucho, además, el viento, que sopló fuerte por momentos. No fue óbice ello para que el extremeño se lo sacara a los medios para torear otra vez con la diestra, pero el empeño fue vano porque el burel, en ese punto, ya sólo quería irse. Perera terminó pronto con él de una estocada entera tras un pinchazo arriba.
Menos opción aún le dio el segundo, Embriagado-105, un toro que ya de salida no dijo gran cosa y al que Miguel Ángel volvió a dejar crudo en el caballo. Curro Javier se desmonteró en banderillas y Javier Ambel firmó una lidia impecable. Fue ahí, en ese tercio, donde Perera le observó cierta franqueza, sobre todo, por el lado derecho. Por eso lo brindó al público e inició la faena con un pase cambiado por la espalda escalofriante. Otra vez la actitud y la firmeza como declaración de intenciones. Pero el fuenteymbro se fue diluyendo entre su falta de ritmo y de celo haciendo vanos todos los esfuerzos del torero por sacarle el mayor partido posible.
Se ahogó la tarde en la marea a la contra de un lote a contraestilo y sin opciones. Innegable la actitud, la disposición, las ganas de Miguel Ángel Perera por exprimir la tarde y sus circunstancias. E intentó siempre ser él, fiel a su concepto, a su filosofía, a su verdad frente a dos toros que le duraron nada. Les hizo las cosas el extremeño como si fueran buenos, pero no lo eran.
Desde el inicio dejó entrever el primero, Pelícano-196, que la suya era otra guerra. Sin fijeza, fue siempre a su aire. No se empleó en el caballo, donde Miguel Ángel Perera lo dejó crudo buscando que no se afligiera y que durara lo más posible. Brindó el torero al público y se puso pronto a torear con firmeza y decisión, sabiendo justo que era mando lo que requería lo informal del fuenteymbro. Y lo sometió mucho, muy por abajo y muy largo, en dos tandas impecables por el pitón derecho que hicieron rugir al público de Madrid. Fue el único pasaje en el que el toro se entregó de verdad. Tomó entonces la mano zurda, pero sólo encontró por ahí Perera protestas y brusquedad. Molestó mucho, además, el viento, que sopló fuerte por momentos. No fue óbice ello para que el extremeño se lo sacara a los medios para torear otra vez con la diestra, pero el empeño fue vano porque el burel, en ese punto, ya sólo quería irse. Perera terminó pronto con él de una estocada entera tras un pinchazo arriba.
Menos opción aún le dio el segundo, Embriagado-105, un toro que ya de salida no dijo gran cosa y al que Miguel Ángel volvió a dejar crudo en el caballo. Curro Javier se desmonteró en banderillas y Javier Ambel firmó una lidia impecable. Fue ahí, en ese tercio, donde Perera le observó cierta franqueza, sobre todo, por el lado derecho. Por eso lo brindó al público e inició la faena con un pase cambiado por la espalda escalofriante. Otra vez la actitud y la firmeza como declaración de intenciones. Pero el fuenteymbro se fue diluyendo entre su falta de ritmo y de celo haciendo vanos todos los esfuerzos del torero por sacarle el mayor partido posible.