La faena de Perera a Calabrés ha sido de esas que ni soñando se te aparecen tan redondas, tan profundas, tan macizas. Porque ha sido perfecto todo de principio a fin. El toro enseñó sus cartas desde el primer momento, cogiendo los capotes por abajo y haciendo el avión, y todo ello acompañado de un son que llegaba a los tendidos. Se respiraba un toro vibrante, y el torero lo supo y, lo que es más importante, lo pudo aprovechar, con esa solvencia ganada con los años, con el poso de esa tauromaquia que tarde a tarde va a más. Porque el toreo de Perera, hoy por hoy, es de los más puros y profundos que existen, unido al valor de mayor verdad.
El toro fue al caballo en dos ocasiones, con la cabeza abajo, humillado y metiendo los cuartos traseros. Vamos, que lo peleó. En banderillas anduvo alegre. Pero donde se pudieron expresar toro y torero fue con la muleta. Allí fueron sólo uno.
Comenzó la faena en los medios, dándole mucha distancia, y el animal acudió con codicia a una tela que, en el último momento, Perera movió hacia atrás en ese pase ya tan característico de su toreo. Y allí mismo, en el centro del ruedo y en un palmo de terreno, se fraguó la música callada del toreo que decía Bergamín. Con qué entrega y clase cogía los vuelos de la pañosa el toro; con qué temple la manejaba el torero. Y cuánta duración. Y más, y más... y cada pase más largo que el anterior; y cada muletazo más profundo que el que lo había precedido.
Calabrés estuvo a un altísimo nivel por los dos pitones, pues el torero le recetó una tanda al natural que ya terminó de poner a todo el público en pie, enloquecido, a pedir un justo indulto para un bravísimo ejemplar. La Presidencia no se hizo derrogar, y en el palco lució el pañuelo naranja con el que Daniel Ruiz se coronó de gloria en Beziers. Y para el torero, los máximos trofeos simbólicos: las dos orejas y el rabo. ¡Esa Francia taurina tan sensible y sensibilizada!
Este fue el culmen de una tarde en la que las cosas habían rodado bien para Miguel Ángel Perera, pues estuvo muy firme con su primero, un noble ejemplar que le permitió el lucimiento y con el que se vio a gusto al torero. Comenzó la faena de muleta con cinco pases a pies juntos en las rayas de picar sin enmendarse ni un milímetro para sacarlo a los medios, donde el animal aguantó toda la faena, que terminó con unos circulares invertidos simplemente perfectos. A este lo mató de una muy buena estocada.
Hay días en los que las palabras se quedan cortas. Por eso, lo mejor que se puede hacer es ir a la plaza de toros para ser testigo de cosas así. Son muchas las fechas que tiene por delante Miguel Ángel Perera en lo que queda de temporada. Por ejemplo, mañana en Gijón (Asturias), donde a las 13.00 impartirá una clase de toreo de salón en el ruedo de la misma plaza de toros de El Bibio. Y, por la tarde, hará el paseíllo junto a Uceda Leal y Sebastián Castella.
El toreo es magia, pasión, lucha, entrega. Y vida. Mucha vida. Y cuando se siente en primera persona, cuando se es testigo de algo como lo de hoy en Beziers, cobra sentido especial esa frase que dice que no sólo se llora cuando se echan lágrimas. A veces no se puede dejar que de los ojos broten, pero la emoción es tan grande, tan contenida, que menuda satisfacción da cuando esas lágrimas pueden ser también de inmensa felicidad. ¡Enhorabuena, torero! ¡Enhorabuena también a Daniel Ruiz! Y larga vida a Calabrés y a esta maravilla que es el toreo.
Plaza de toros de Beziers (Francia). Lleno. Toros de Daniel Ruiz, muy parejos de presentación. Destacaron el tercero y el quinto, que fue indultado.
El Juli: ovación tras petición y silencio.
Miguel Ángel Perera: (sustituía a Ponce), oreja y dos orejas y rabo en el toro que indultó.
Daniel Luque: dos orejas y silencio.
La faena de Perera a Calabrés ha sido de esas que ni soñando se te aparecen tan redondas, tan profundas, tan macizas. Porque ha sido perfecto todo de principio a fin. El toro enseñó sus cartas desde el primer momento, cogiendo los capotes por abajo y haciendo el avión, y todo ello acompañado de un son que llegaba a los tendidos. Se respiraba un toro vibrante, y el torero lo supo y, lo que es más importante, lo pudo aprovechar, con esa solvencia ganada con los años, con el poso de esa tauromaquia que tarde a tarde va a más. Porque el toreo de Perera, hoy por hoy, es de los más puros y profundos que existen, unido al valor de mayor verdad.
El toro fue al caballo en dos ocasiones, con la cabeza abajo, humillado y metiendo los cuartos traseros. Vamos, que lo peleó. En banderillas anduvo alegre. Pero donde se pudieron expresar toro y torero fue con la muleta. Allí fueron sólo uno.
Comenzó la faena en los medios, dándole mucha distancia, y el animal acudió con codicia a una tela que, en el último momento, Perera movió hacia atrás en ese pase ya tan característico de su toreo. Y allí mismo, en el centro del ruedo y en un palmo de terreno, se fraguó la música callada del toreo que decía Bergamín. Con qué entrega y clase cogía los vuelos de la pañosa el toro; con qué temple la manejaba el torero. Y cuánta duración. Y más, y más... y cada pase más largo que el anterior; y cada muletazo más profundo que el que lo había precedido.
Calabrés estuvo a un altísimo nivel por los dos pitones, pues el torero le recetó una tanda al natural que ya terminó de poner a todo el público en pie, enloquecido, a pedir un justo indulto para un bravísimo ejemplar. La Presidencia no se hizo derrogar, y en el palco lució el pañuelo naranja con el que Daniel Ruiz se coronó de gloria en Beziers. Y para el torero, los máximos trofeos simbólicos: las dos orejas y el rabo. ¡Esa Francia taurina tan sensible y sensibilizada!
Este fue el culmen de una tarde en la que las cosas habían rodado bien para Miguel Ángel Perera, pues estuvo muy firme con su primero, un noble ejemplar que le permitió el lucimiento y con el que se vio a gusto al torero. Comenzó la faena de muleta con cinco pases a pies juntos en las rayas de picar sin enmendarse ni un milímetro para sacarlo a los medios, donde el animal aguantó toda la faena, que terminó con unos circulares invertidos simplemente perfectos. A este lo mató de una muy buena estocada.
Hay días en los que las palabras se quedan cortas. Por eso, lo mejor que se puede hacer es ir a la plaza de toros para ser testigo de cosas así. Son muchas las fechas que tiene por delante Miguel Ángel Perera en lo que queda de temporada. Por ejemplo, mañana en Gijón (Asturias), donde a las 13.00 impartirá una clase de toreo de salón en el ruedo de la misma plaza de toros de El Bibio. Y, por la tarde, hará el paseíllo junto a Uceda Leal y Sebastián Castella.
El toreo es magia, pasión, lucha, entrega. Y vida. Mucha vida. Y cuando se siente en primera persona, cuando se es testigo de algo como lo de hoy en Beziers, cobra sentido especial esa frase que dice que no sólo se llora cuando se echan lágrimas. A veces no se puede dejar que de los ojos broten, pero la emoción es tan grande, tan contenida, que menuda satisfacción da cuando esas lágrimas pueden ser también de inmensa felicidad. ¡Enhorabuena, torero! ¡Enhorabuena también a Daniel Ruiz! Y larga vida a Calabrés y a esta maravilla que es el toreo.
Plaza de toros de Beziers (Francia). Lleno. Toros de Daniel Ruiz, muy parejos de presentación. Destacaron el tercero y el quinto, que fue indultado.
El Juli: ovación tras petición y silencio.
Miguel Ángel Perera: (sustituía a Ponce), oreja y dos orejas y rabo en el toro que indultó.
Daniel Luque: dos orejas y silencio.