Bueno el encirro de Luis Algarra, dejó disfrutar a los toreros (salvo el descastado cuarto), e hizo las delicias de los asistentes. Hasta allí se desplazó el enrachado Perera, que no pudo lucirse con el capote, pero sí con la franela. Fue en el tercer tercio donde el animal rompió para embestir descolgado, con nobleza y repitiendo. Tuvo buenas condiciones por los dos pitones, aunque por el izquierdo se agotó antes. Aun así, le dio el torero dos tandas inmensas, llenas de profundidad y recorrido. Lo que más caló en los tendidos fue el final de la faena, cuando el entregado animal estaba rendido a los pies del mandón torero, que se pasó al toro por donde quiso. Pinchó hasta cinco veces, y las orejas se fueron para ser ovacionado y agradecer el cariño desde el tercio.

De otra condición fue el que cerraba plaza, un poco parecido al descastado cuarto, pero al que Perera metió en vereda a base de tesón, técnica y fe en un animal en quien nadie confiaba. Pero como si las telas del torero estuvieran tocadas por la gracia de dios, se produjo el milagro, y logró que el toro embistiera con cierta clase. Lo metió en el canasto, y cuando todo auguraba que acompañaría a sus compañeros de terna en la salida a hombros, quiso volver a torcerse la cosa a espadas. Una lástima, la verdad. Pero Perera estuvo en torero. Se le vio disfrutar y enfadarse consigo mismo por el mal manejo de la espada. Y es que la cara es el espejo del alma.

Bueno el encirro de Luis Algarra, dejó disfrutar a los toreros (salvo el descastado cuarto), e hizo las delicias de los asistentes. Hasta allí se desplazó el enrachado Perera, que no pudo lucirse con el capote, pero sí con la franela. Fue en el tercer tercio donde el animal rompió para embestir descolgado, con nobleza y repitiendo. Tuvo buenas condiciones por los dos pitones, aunque por el izquierdo se agotó antes. Aun así, le dio el torero dos tandas inmensas, llenas de profundidad y recorrido. Lo que más caló en los tendidos fue el final de la faena, cuando el entregado animal estaba rendido a los pies del mandón torero, que se pasó al toro por donde quiso. Pinchó hasta cinco veces, y las orejas se fueron para ser ovacionado y agradecer el cariño desde el tercio.

De otra condición fue el que cerraba plaza, un poco parecido al descastado cuarto, pero al que Perera metió en vereda a base de tesón, técnica y fe en un animal en quien nadie confiaba. Pero como si las telas del torero estuvieran tocadas por la gracia de dios, se produjo el milagro, y logró que el toro embistiera con cierta clase. Lo metió en el canasto, y cuando todo auguraba que acompañaría a sus compañeros de terna en la salida a hombros, quiso volver a torcerse la cosa a espadas. Una lástima, la verdad. Pero Perera estuvo en torero. Se le vio disfrutar y enfadarse consigo mismo por el mal manejo de la espada. Y es que la cara es el espejo del alma.