Redonda, completa, propia de torero en gran momento. Así ha sido la tarde de Perera en la plaza de León, donde su recompensa ha sido sólo una oreja por culpa de la espada, después de dos faenas de gran calado, la primera realizada a un toro con complicaciones y la segunda cuajando a un buen ejemplar de Jandilla. Perera ha seguido en la línea de las tardes precedentes y también en León ha dado rienda suelta a su variedad y creatividad con el capote, añadiendo un aliciente más a sus faenas.
El primero fue un toro que se movió, pero a medida que lo hacía desarrollaba sentido, poniéndose cada vez más complicado para el torero. Perera lo ha entendido a la perfección en una faena que ha ido de menos a más y que hubiera terminado en triunfo de no pinchar en dos ocasiones antes de agarrar media estocada.
A este toro le hizo un quite variado con chicuelinas y espaldinas muy limpio que predispuso al público para lo que vino después, que fue una faena de poder a poder comenzada en el tercio y en las que dio distancia al toro. El de Jandilla venía, pero después reponía, por lo que la faena fue más poderosa que otra cosa. Perera se impuso, estuvo por encima de las condiciones del oponente y falló con la espada, perdiendo opción a trofeo.
Al segundo de su lote lo toreó muy bien de capa, ganando terreno por verónicas y, posteriormente, realizando un vistoso quite en el que intercaló chicuelinas y tafalleras. La faena comenzó con pases cambiados en los medios y pases de las flores, en un alarde de valor y vistosidad que metió de lleno al público en la faena. En las primeras series el toro respondió bien y Perera le dejó la muleta en la cara para ligar por los dos pitones con mucha profundidad y temple.
Hubo una serie de naturales que sobresalió, con el torero completamente acoplado con su oponente, la muleta muy baja y llevándolo muy a gusto. Cuando el toro se puso un poco más reservón, Perera le hizo un parón de los suyos e impactó en los tendidos con su quietud y cercanía. Fue perfecto colofón para una obra compacta y grande que habría desembocado en el corte de dos orejas de no ser por el pinchazo previo. Con todo, lo hecho, hecho estaba.
Redonda, completa, propia de torero en gran momento. Así ha sido la tarde de Perera en la plaza de León, donde su recompensa ha sido sólo una oreja por culpa de la espada, después de dos faenas de gran calado, la primera realizada a un toro con complicaciones y la segunda cuajando a un buen ejemplar de Jandilla. Perera ha seguido en la línea de las tardes precedentes y también en León ha dado rienda suelta a su variedad y creatividad con el capote, añadiendo un aliciente más a sus faenas.
El primero fue un toro que se movió, pero a medida que lo hacía desarrollaba sentido, poniéndose cada vez más complicado para el torero. Perera lo ha entendido a la perfección en una faena que ha ido de menos a más y que hubiera terminado en triunfo de no pinchar en dos ocasiones antes de agarrar media estocada.
A este toro le hizo un quite variado con chicuelinas y espaldinas muy limpio que predispuso al público para lo que vino después, que fue una faena de poder a poder comenzada en el tercio y en las que dio distancia al toro. El de Jandilla venía, pero después reponía, por lo que la faena fue más poderosa que otra cosa. Perera se impuso, estuvo por encima de las condiciones del oponente y falló con la espada, perdiendo opción a trofeo.
Al segundo de su lote lo toreó muy bien de capa, ganando terreno por verónicas y, posteriormente, realizando un vistoso quite en el que intercaló chicuelinas y tafalleras. La faena comenzó con pases cambiados en los medios y pases de las flores, en un alarde de valor y vistosidad que metió de lleno al público en la faena. En las primeras series el toro respondió bien y Perera le dejó la muleta en la cara para ligar por los dos pitones con mucha profundidad y temple.
Hubo una serie de naturales que sobresalió, con el torero completamente acoplado con su oponente, la muleta muy baja y llevándolo muy a gusto. Cuando el toro se puso un poco más reservón, Perera le hizo un parón de los suyos e impactó en los tendidos con su quietud y cercanía. Fue perfecto colofón para una obra compacta y grande que habría desembocado en el corte de dos orejas de no ser por el pinchazo previo. Con todo, lo hecho, hecho estaba.