Miguel Ángel Perera dio una tremenda sacudida a la tarde e hizo explotar la Plaza México con una faena gallarda, de entrega, que hizo que los espectadores premiaran con sonadas ovaciones la labor del diestro de Badajoz. El torero se sintió muy agusto y aunque falló con la espada le obligaron a dar la vuelta al ruedo entre esos gritos que consagran a los que se visten de luces de ¡torero¡, ¡torero!
Al segundo de su lote lo cuajó con bellas verónicas que remató con media superior. Ya armado con la muleta se fue al centro del ruedo y sin pestañar y aguantando la embestida del toro logró un escalofriante cambiado por la espalda y un ayudado y nuevamente repitió la suerte entre las ovaciones. El toro no fue fácil, se quedaba corto, se frenaba y no se desempeñaba de firme, pero ahí estaba la figura de Perera, aguantando y dándole su tiempo y espacio y lo metió en el engaño, peleándole y domeñándolo en los muletazos por la derecha y rematados con el de pecho.
Se pasó la pañosa a la izquierda y luego de algún pase volvió a la diestra para realizar la dosantina, llevándolo muy prendido en la muleta. Lo dejó reposar y solamente tirando de él le fue arrancando los pases. Vino el desencanto porque señaló dos pinchazos antes de dejar tres cuartos de acero. Cuando cayó el toro hubo una gran ovación y lo obligaron a salir para que diera la vuelta.
En su primero, Emiliano, ya había prendido la mecha para la gran explosión final con el capote. Después de la suerte de varas ejecutó una tafallera que convirtió en gaoneras ajustadas.
Inició su labor por alto hasta que lo metió en el engaño y se dio a torear por ayudados en redondo ante la suave embestida de la res, cumpliendo bien lo que pedía el toro, pero ayudándolo por tirones suaves. Toreó por la izquierda y lo prendió rasgándole la taleguilla. No hubo nada que lamentar y siguió deleitando a la concurrencia con ayudados de gran exposición y terminó con poderoso abaniqueo. Pinchazo hondo trasero y descabello certero para una oreja.
Miguel Ángel Perera dio una tremenda sacudida a la tarde e hizo explotar la Plaza México con una faena gallarda, de entrega, que hizo que los espectadores premiaran con sonadas ovaciones la labor del diestro de Badajoz. El torero se sintió muy agusto y aunque falló con la espada le obligaron a dar la vuelta al ruedo entre esos gritos que consagran a los que se visten de luces de ¡torero¡, ¡torero!
Al segundo de su lote lo cuajó con bellas verónicas que remató con media superior. Ya armado con la muleta se fue al centro del ruedo y sin pestañar y aguantando la embestida del toro logró un escalofriante cambiado por la espalda y un ayudado y nuevamente repitió la suerte entre las ovaciones. El toro no fue fácil, se quedaba corto, se frenaba y no se desempeñaba de firme, pero ahí estaba la figura de Perera, aguantando y dándole su tiempo y espacio y lo metió en el engaño, peleándole y domeñándolo en los muletazos por la derecha y rematados con el de pecho.
Se pasó la pañosa a la izquierda y luego de algún pase volvió a la diestra para realizar la dosantina, llevándolo muy prendido en la muleta. Lo dejó reposar y solamente tirando de él le fue arrancando los pases. Vino el desencanto porque señaló dos pinchazos antes de dejar tres cuartos de acero. Cuando cayó el toro hubo una gran ovación y lo obligaron a salir para que diera la vuelta.
En su primero, Emiliano, ya había prendido la mecha para la gran explosión final con el capote. Después de la suerte de varas ejecutó una tafallera que convirtió en gaoneras ajustadas.
Inició su labor por alto hasta que lo metió en el engaño y se dio a torear por ayudados en redondo ante la suave embestida de la res, cumpliendo bien lo que pedía el toro, pero ayudándolo por tirones suaves. Toreó por la izquierda y lo prendió rasgándole la taleguilla. No hubo nada que lamentar y siguió deleitando a la concurrencia con ayudados de gran exposición y terminó con poderoso abaniqueo. Pinchazo hondo trasero y descabello certero para una oreja.