Y la temporada del vigésimo aniversario de alternativa, la de la Puerta del Príncipe de Sevilla, la de la vuelta de tuerca en su concepto tan sólido y definido, la de tantas faenas para el recuerdo, la del tremendo esfuerzo físico tras el percance de San Sebastián tuvo hoy en Madrid el broche que merecía. El de una faena excelsa al natural a un gran toro de Victorino Martín, que puede estar ya entre los toros que más despacio haya toreado Miguel Ángel Perera en su vida. Una faena de ésas de frotarse los ojos ante lo que se ve, ante lo que se siente. Basta ver cómo rugió Las Ventas poniéndole eco al eco tan hondo de cada natural de Miguel Ángel…
Una obra cumbre de Perera al natural a un gran toro de Victorino, que se venía hilado y entregado a la muleta del extremeño detrás de cada toque tan imperceptible apenas con la yema de los dedos. Obedecía el toro y se rebujaba en el trazo absolutamente perfecto que le proponía Miguel Ángel, que se lo enroscaba a su cintura y se lo pasaba por la barriga andando para rematarlo detrás de su cintura y muy por abajo. Los pases de pecho fueron catedralicios. Crujió Madrid en cada muletazo y supo el torero dar al toro los tiempos exactos y la duración precisa de las series para administrar la embestida de su oponente, que se empleó con fuelle y disparo en una última tanda por el derecho. Fue el prólogo de una extraordinaria estocada entera y arriba de la que el toro, de bravo, tardó en caer, por lo que precisó de un descabello.
No humilló nunca, en cambio, su primer toro, que midió entre muletazos mirando siempre a la hombrera y luego acometía sin entrega y derrotando al final de los pases. Lo intentó paciente Perera, sin resignarse nunca, pero sin encontrar correspondencia. Pinchó antes de la estocada final. Tampoco humilló el último. Un toro sin celo, que no respondió nunca a los intentos del torero por encontrar esencia en su fondo. Lo probó por ambos pitones y le robó muletazos sueltos, pero no encontraron eco por esa falta de transmisión del victorino.
Y la temporada del vigésimo aniversario de alternativa, la de la Puerta del Príncipe de Sevilla, la de la vuelta de tuerca en su concepto tan sólido y definido, la de tantas faenas para el recuerdo, la del tremendo esfuerzo físico tras el percance de San Sebastián tuvo hoy en Madrid el broche que merecía. El de una faena excelsa al natural a un gran toro de Victorino Martín, que puede estar ya entre los toros que más despacio haya toreado Miguel Ángel Perera en su vida. Una faena de ésas de frotarse los ojos ante lo que se ve, ante lo que se siente. Basta ver cómo rugió Las Ventas poniéndole eco al eco tan hondo de cada natural de Miguel Ángel…
Una obra cumbre de Perera al natural a un gran toro de Victorino, que se venía hilado y entregado a la muleta del extremeño detrás de cada toque tan imperceptible apenas con la yema de los dedos. Obedecía el toro y se rebujaba en el trazo absolutamente perfecto que le proponía Miguel Ángel, que se lo enroscaba a su cintura y se lo pasaba por la barriga andando para rematarlo detrás de su cintura y muy por abajo. Los pases de pecho fueron catedralicios. Crujió Madrid en cada muletazo y supo el torero dar al toro los tiempos exactos y la duración precisa de las series para administrar la embestida de su oponente, que se empleó con fuelle y disparo en una última tanda por el derecho. Fue el prólogo de una extraordinaria estocada entera y arriba de la que el toro, de bravo, tardó en caer, por lo que precisó de un descabello.
No humilló nunca, en cambio, su primer toro, que midió entre muletazos mirando siempre a la hombrera y luego acometía sin entrega y derrotando al final de los pases. Lo intentó paciente Perera, sin resignarse nunca, pero sin encontrar correspondencia. Pinchó antes de la estocada final. Tampoco humilló el último. Un toro sin celo, que no respondió nunca a los intentos del torero por encontrar esencia en su fondo. Lo probó por ambos pitones y le robó muletazos sueltos, pero no encontraron eco por esa falta de transmisión del victorino.