20190929 madrid02
29 de septiembre de 2019
MADRID
Feria de OTOÑO
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
JUAN PEDRO DOMECQ, VICTORIANO DEL RÍO y NÚÑEZ DEL CUVILLO
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Paco Ureña


 
PERERA, EN ESTADO PURO
 

Miguel Ángel Perera en estado puro. En la tarde clave del año. La tarde que condensaba un estado de forma, una forma de estar. Con la contracorriente de lo absurdo salpicándole por que sí, sin necesidad de más. También va con ser Perera. Y el hacerse grande en esas circunstancias. Y el ser más grande que todos los condicionantes juntos. El prenderse por dentro como un volcán que rompe en sí y es imparable. Hasta las llamas se le adivinaban en la mirada. La discusión en el tendido. El run run. Y de pronto, la plaza loca de tanto rugir, de tanto clamar. Se fue Perera lejos, muy lejos, para enseñar lo que nadie había visto. Se lo había descubierto esa embestida que se deslizó inusitada y como una luz que de pronto se enciende prendida al vuelo preclaro del capote de Javier Ambel. A partir de ahí, cambió el toro y él lo vio. Por eso se fue tan lejos: para mostrarle al foro lo que el foro no había visto. Sorprendió aquella distancia y aquel cite, pero lo cierto es que Portugués respondió a él como una chispa a un reguero de pólvora. La mecha se encendió y el toro de Cuvillo encampanó su viveza y se fue raudo y alegre en busca del flameo de la tela roja de Miguel Ángel, que lo espero hasta la décima de segundo exacta para recogerlo en los flecos de su muleta y, desde ahí, torear. Pero torear en estado puro. Torear por la manera de adueñarse de la embestida y de conducirla, ni mucho menos sólo de acompañarla. Torear por la forma en que le imprimió el ritmo exacto, por cómo se ajustó con ella, por cuánto la dimensionó y por lo lejos que la transportó. Y así, una y otra vez hasta cinco y seis veces ligado todo con el de pecho sin solución de continuidad. A Madrid le mudó el ánimo: un rayo le había cruzado el corazón e iluminado los sentidos. Y Perera repitió el proceso: igual de lejos e igual de pronto que se arrancó Portugués alimentando la sorpresa de la gente para tornarla en pura felicidad. Ya nadie discutía. Las Ventas se olvidó de lo que la diferenciaba y se hizo una. En un clamor, en un canto coral de pasión como eco a cada muletazo de Miguel Ángel Perera. Que lo hizo una tercera vez, ofreciéndose por entero desde tan largo: abierta la chaquetilla, entregando el pecho, abierto el compás como un puente y ondeando la flámula roja de su batuta para seguir componiendo una sinfonía de toreo total. Madrid sonó a Madrid en estado puro. Se lo pensó algo más el de Cuvillo por el pitón izquierdo, pero, cuando se decidió a ir, fue con la misma generosidad con que el torero lo había descubierto y mostrado. Fueron dos series soberbias de toreo al natural. Quiso más Perera y se la jugó en una última tanda por bernardinas de cortar la respiración a todos menos a él. Sólo faltaba la corona a tamaña obra, asegura el propio Miguel Ángel que la más emotiva, e incluso, inolvidable de su vida en Las Ventas. Casi se cuadró solo Portugués en los medios y ahí lo vio el torero, pero la suerte se torció en un pinchazo primero y un metisaca después que partieron en dos el ánimo del propio Perera. Sabía lo que acababa de perder: redondear como merecía, quizá, la faena de su vida en la plaza de su vida. Casi no le quedaron ni más fuerzas ya para cuadrarse de nuevo. Tampoco al toro, que estaba herido de muerte y que se fue buscando el arrope de las tablas donde exhalar su último aliento. Desmadejado Miguel Ángel, roto… Como ausente, dio la vuelta al ruedo de absoluto clamor que Madrid mismo le pidió. Le reconocía así la afición una de esas faenas que, aun sin rúbrica final que se hubiera transformado seguro en su octava puerta grande aquí, se graban ya para siempre en la memoria más emotiva e íntima de quienes la vivieron. Ésta a Portugués del 29 de septiembre de 2019 será por siempre aquella faena de Perera un tarde de Otoño.

 

Aun sin cerrar, fue esta grandiosa obra la cima de una tarde ingrata por lo arisco de parte de la afición venteña –la de siempre- para con un torero que nunca rehuyó esta plaza las veces que sea necesario venir a ella. Le negaron hasta la posibilidad de compartir con Paco Ureña la ovación de saludo inicial a la que su propio compañero le estaba invitando. Gesto feo, gesto injusto. No se apocó por ello el extremeño, que estuvo muy por encima de las posibilidades de su dos primeros toros, de Juan Pedro Domecq y Victoriano del Río, respectivamente. Al primero lo trató mejor de lo que fue y lo toreó tremendamente despacio aún más tiempo del que le duró. Al segundo, lo cuajó con el capote rememorando a Antonio Ordóñez al torear a la verónica doblando una rodilla en cada lance. Y también en el galleo por chicuelinas para dejar al astado cuadrado para el caballo. Y al propiciar competencia en quites con tal variedad de suertes como lentitud y ajuste absoluto en todas ellas. Fue una cátedra la que dictaron José Chacón en la lidia con el capote y Javier Ambel y Jesús Arruga en banderillas, que hubieron de desmonterarse. Cuando prometía más, el toro se vino a menos, a mucho menos, y apagó como si la soplara el viento la llama de la expectación ante la faena de muleta. Con todo, hasta que le duró, toreó Perera prácticamente al paso de despacio a su oponente, que le robó a la composición la conexión que depara poder ligar los pases.

 

Con la noche ya vencida, se marchaba Miguel Ángel de Las Ventas con la mirada todavía perdida en su rabia, con el paso pesado por la carga del lamento de lo perdido, pero reforzado como figura del toreo que fue capaz de tornar las lanzas en cañas y la acritud en sincera y entregada admiración. Y en Madrid. Otra vez como una metáfora de su propio camino. Otra vez, Perera en estado puro.

Plaza de Toros de MADRID. Lleno. Se lidian toros de JUAN PEDRO DOMECQ, VICTORIANO DEL RÍO y NÚÑEZ DEL CUVILLO
 
Miguel Ángel Perera: silencio, silencio y vuelta al ruedo
Paco Ureña: oreja, silencio y silencio
 
Se desmonteran Javier Ambel y Jesús Arruga.
 
 
 
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29 de septiembre de 2019
MADRID
Feria de OTOÑO
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
JUAN PEDRO DOMECQ, VICTORIANO DEL RÍO y NÚÑEZ DEL CUVILLO
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Paco Ureña


 
PERERA, EN ESTADO PURO
 

Miguel Ángel Perera en estado puro. En la tarde clave del año. La tarde que condensaba un estado de forma, una forma de estar. Con la contracorriente de lo absurdo salpicándole por que sí, sin necesidad de más. También va con ser Perera. Y el hacerse grande en esas circunstancias. Y el ser más grande que todos los condicionantes juntos. El prenderse por dentro como un volcán que rompe en sí y es imparable. Hasta las llamas se le adivinaban en la mirada. La discusión en el tendido. El run run. Y de pronto, la plaza loca de tanto rugir, de tanto clamar. Se fue Perera lejos, muy lejos, para enseñar lo que nadie había visto. Se lo había descubierto esa embestida que se deslizó inusitada y como una luz que de pronto se enciende prendida al vuelo preclaro del capote de Javier Ambel. A partir de ahí, cambió el toro y él lo vio. Por eso se fue tan lejos: para mostrarle al foro lo que el foro no había visto. Sorprendió aquella distancia y aquel cite, pero lo cierto es que Portugués respondió a él como una chispa a un reguero de pólvora. La mecha se encendió y el toro de Cuvillo encampanó su viveza y se fue raudo y alegre en busca del flameo de la tela roja de Miguel Ángel, que lo espero hasta la décima de segundo exacta para recogerlo en los flecos de su muleta y, desde ahí, torear. Pero torear en estado puro. Torear por la manera de adueñarse de la embestida y de conducirla, ni mucho menos sólo de acompañarla. Torear por la forma en que le imprimió el ritmo exacto, por cómo se ajustó con ella, por cuánto la dimensionó y por lo lejos que la transportó. Y así, una y otra vez hasta cinco y seis veces ligado todo con el de pecho sin solución de continuidad. A Madrid le mudó el ánimo: un rayo le había cruzado el corazón e iluminado los sentidos. Y Perera repitió el proceso: igual de lejos e igual de pronto que se arrancó Portugués alimentando la sorpresa de la gente para tornarla en pura felicidad. Ya nadie discutía. Las Ventas se olvidó de lo que la diferenciaba y se hizo una. En un clamor, en un canto coral de pasión como eco a cada muletazo de Miguel Ángel Perera. Que lo hizo una tercera vez, ofreciéndose por entero desde tan largo: abierta la chaquetilla, entregando el pecho, abierto el compás como un puente y ondeando la flámula roja de su batuta para seguir componiendo una sinfonía de toreo total. Madrid sonó a Madrid en estado puro. Se lo pensó algo más el de Cuvillo por el pitón izquierdo, pero, cuando se decidió a ir, fue con la misma generosidad con que el torero lo había descubierto y mostrado. Fueron dos series soberbias de toreo al natural. Quiso más Perera y se la jugó en una última tanda por bernardinas de cortar la respiración a todos menos a él. Sólo faltaba la corona a tamaña obra, asegura el propio Miguel Ángel que la más emotiva, e incluso, inolvidable de su vida en Las Ventas. Casi se cuadró solo Portugués en los medios y ahí lo vio el torero, pero la suerte se torció en un pinchazo primero y un metisaca después que partieron en dos el ánimo del propio Perera. Sabía lo que acababa de perder: redondear como merecía, quizá, la faena de su vida en la plaza de su vida. Casi no le quedaron ni más fuerzas ya para cuadrarse de nuevo. Tampoco al toro, que estaba herido de muerte y que se fue buscando el arrope de las tablas donde exhalar su último aliento. Desmadejado Miguel Ángel, roto… Como ausente, dio la vuelta al ruedo de absoluto clamor que Madrid mismo le pidió. Le reconocía así la afición una de esas faenas que, aun sin rúbrica final que se hubiera transformado seguro en su octava puerta grande aquí, se graban ya para siempre en la memoria más emotiva e íntima de quienes la vivieron. Ésta a Portugués del 29 de septiembre de 2019 será por siempre aquella faena de Perera un tarde de Otoño.

 

Aun sin cerrar, fue esta grandiosa obra la cima de una tarde ingrata por lo arisco de parte de la afición venteña –la de siempre- para con un torero que nunca rehuyó esta plaza las veces que sea necesario venir a ella. Le negaron hasta la posibilidad de compartir con Paco Ureña la ovación de saludo inicial a la que su propio compañero le estaba invitando. Gesto feo, gesto injusto. No se apocó por ello el extremeño, que estuvo muy por encima de las posibilidades de su dos primeros toros, de Juan Pedro Domecq y Victoriano del Río, respectivamente. Al primero lo trató mejor de lo que fue y lo toreó tremendamente despacio aún más tiempo del que le duró. Al segundo, lo cuajó con el capote rememorando a Antonio Ordóñez al torear a la verónica doblando una rodilla en cada lance. Y también en el galleo por chicuelinas para dejar al astado cuadrado para el caballo. Y al propiciar competencia en quites con tal variedad de suertes como lentitud y ajuste absoluto en todas ellas. Fue una cátedra la que dictaron José Chacón en la lidia con el capote y Javier Ambel y Jesús Arruga en banderillas, que hubieron de desmonterarse. Cuando prometía más, el toro se vino a menos, a mucho menos, y apagó como si la soplara el viento la llama de la expectación ante la faena de muleta. Con todo, hasta que le duró, toreó Perera prácticamente al paso de despacio a su oponente, que le robó a la composición la conexión que depara poder ligar los pases.

 

Con la noche ya vencida, se marchaba Miguel Ángel de Las Ventas con la mirada todavía perdida en su rabia, con el paso pesado por la carga del lamento de lo perdido, pero reforzado como figura del toreo que fue capaz de tornar las lanzas en cañas y la acritud en sincera y entregada admiración. Y en Madrid. Otra vez como una metáfora de su propio camino. Otra vez, Perera en estado puro.

Plaza de Toros de MADRID. Lleno. Se lidian toros de JUAN PEDRO DOMECQ, VICTORIANO DEL RÍO y NÚÑEZ DEL CUVILLO
 
Miguel Ángel Perera: silencio, silencio y vuelta al ruedo
Paco Ureña: oreja, silencio y silencio
 
Se desmonteran Javier Ambel y Jesús Arruga.
 
 
 
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