Veinticinco años ya de toreo y solidaridad en el festival de Murcia a beneficio de la Asociación Española Contra el Cáncer de esa ciudad. Un cuarto de siglo de toreros, ganaderos y aficionados de toros poniéndolo todo en aras de la ayuda a quienes más lo necesitan. Hoy volvió a pasar en medio de una plaza con más de tres cuartos de entrada, un ambiente de alegría y fiesta como el toreo es y, luego, un puñado de toreros dando lo mejor de sí mismos para regalar una completa tarde de toros, de ésas que aseguran y prolongan la vida de eventos que merecen tanto la pena como éste.
Para Miguel Ángel Perera fueron dos de las trece orejas que se repartieron. Doble premio a su actuación ante un buen novillo de Santiago Domecq, que tuvo en la prontitud y en la nobleza sus mejores virtudes. Las aprovechó desde el saludo y el quite con el capote, variado y fresco, acompasado y con regusto. El mejor augurio para la faena de muleta, iniciada con doblones que terminaron siendo con la rodilla completamente en tierra antes de que Miguel Ángel se sacara al novillo a los medios para, allí asentado, trazar un puñado de series a diestras con el denominador común de la ligazón, el mando y el temple. Tuvo esta fase ese sello de profundidad que es tan pererista. Cuando lo probó por el izquierdo, el utrero permitió mucho menos.
Inconformista siempre, Perera se envolvió en la embestida de su oponente sin mover más que las muñecas, haciéndole girar por completo sobre el eje de su cuerpo o frenándolo ante él en una imponente exhibición de poder y dominio. Mató pronto y eficaz y suyas fueron las dos orejas para certificar lo redonda de su actuación.
Veinticinco años ya de toreo y solidaridad en el festival de Murcia a beneficio de la Asociación Española Contra el Cáncer de esa ciudad. Un cuarto de siglo de toreros, ganaderos y aficionados de toros poniéndolo todo en aras de la ayuda a quienes más lo necesitan. Hoy volvió a pasar en medio de una plaza con más de tres cuartos de entrada, un ambiente de alegría y fiesta como el toreo es y, luego, un puñado de toreros dando lo mejor de sí mismos para regalar una completa tarde de toros, de ésas que aseguran y prolongan la vida de eventos que merecen tanto la pena como éste.
Para Miguel Ángel Perera fueron dos de las trece orejas que se repartieron. Doble premio a su actuación ante un buen novillo de Santiago Domecq, que tuvo en la prontitud y en la nobleza sus mejores virtudes. Las aprovechó desde el saludo y el quite con el capote, variado y fresco, acompasado y con regusto. El mejor augurio para la faena de muleta, iniciada con doblones que terminaron siendo con la rodilla completamente en tierra antes de que Miguel Ángel se sacara al novillo a los medios para, allí asentado, trazar un puñado de series a diestras con el denominador común de la ligazón, el mando y el temple. Tuvo esta fase ese sello de profundidad que es tan pererista. Cuando lo probó por el izquierdo, el utrero permitió mucho menos.
Inconformista siempre, Perera se envolvió en la embestida de su oponente sin mover más que las muñecas, haciéndole girar por completo sobre el eje de su cuerpo o frenándolo ante él en una imponente exhibición de poder y dominio. Mató pronto y eficaz y suyas fueron las dos orejas para certificar lo redonda de su actuación.