El mejor Perera. Ése que tantas veces ha asomado esta temporada que ya terminó. El Perera que le ha dado una vuelta de tuerca a su concepto exclusivo. Porque es único y porque es propio. Porque no es de nadie más. Esa forma de medirse a la bravura más encendida con tamaño aplomo y capacidad, con semejante poder y naturalidad. El mejor Perera que hoy hizo rugir a Zaragoza. Por esa manera de encenderse ante la llama prendida de la bravura desbocada. Como la de Lechucito-58, un gran toro de Puerto de San Lorenzo, que ya dejó ver que no iba a regalar nada en un tercio de banderillas para aficionados y profesionales. Inmenso Javier Ambel en los dos pares, tan de poder a poder, tan con el pecho por delante, tan capaz de sostenerle el envite y quedarse ante esa arrancada tan potente del toro. Y soberbio Curro Javier en la lidia, tan por abajo los lances, tan embarcado el de Puerto de San Lorenzo, tan embebido y tan toreado entero en lances infinitos que terminaban más despacio todavía de lo que empezaban. ¡Cumbre los dos! Como ya luego Miguel Ángel, con su mirada encendida, con su paso encendido, con su corazón encendido, con esa sensación que desprende de “ahora mando yo…” ¡Y manda! ¡Cómo manda! Como el mejor Perera, ése que se ha mejorado a sí mismo. El brazo extendido todo para traerse al toro tan desde delante para soltarlo luego tan atrás. Media muleta arrastrando ya desde el cite, tan definitorio. El cuerpo haciendo el toreo como el toro el avión, yéndose detrás de sí mismo, en toda su largura, a la par que la cintura se entierra en sí misma cayendo a plomo. El tiempo detenido en el tiempo que el torero quiera. Ese eco por tan hondo, por tan ronco, por tan cierto. Qué forma de torear hoy la del mejor Perera. Ése que precisa toros como Lechucito, la excelencia para lo excelente. Mató Miguel Ángel de media estocada que fue muy efectiva y pidió Zaragoza con pasión encendida la oreja también. Una oreja de las que pesan y de las que cuentan. De las que abrochan un año importante de verdad.
Qué diferente Lechucito de Langosto, su primer oponente, demasiado blando. Lo protestó el público, pero lo mantuvo el palco. E intentó el extremeño corregirle ese mal que venía de fondo. Lo consiguió a base de medirle y de templarlo, de no obligarle, de conducirlo en línea recta, de hacerle todo a su favor. Sólo en el tramo final de la faena le obligó un poco más, pero fue cuando ya el de Puerto dejó de embestir para apenas pasar.
Menos mal que quedaba Lechucito y el mejor Perera. Menos mal que el último capítulo del libro de 2018 fue macizo y luminoso a un tiempo para dejar la rúbrica de una historia cargada de momentos macizos y luminosos. Propios del mejor Perera, ése que ha asomado tantas veces este año para darle una vuelta más de tuerca a su concepto tan propio, tan exclusivo y tan único.
El mejor Perera. Ése que tantas veces ha asomado esta temporada que ya terminó. El Perera que le ha dado una vuelta de tuerca a su concepto exclusivo. Porque es único y porque es propio. Porque no es de nadie más. Esa forma de medirse a la bravura más encendida con tamaño aplomo y capacidad, con semejante poder y naturalidad. El mejor Perera que hoy hizo rugir a Zaragoza. Por esa manera de encenderse ante la llama prendida de la bravura desbocada. Como la de Lechucito-58, un gran toro de Puerto de San Lorenzo, que ya dejó ver que no iba a regalar nada en un tercio de banderillas para aficionados y profesionales. Inmenso Javier Ambel en los dos pares, tan de poder a poder, tan con el pecho por delante, tan capaz de sostenerle el envite y quedarse ante esa arrancada tan potente del toro. Y soberbio Curro Javier en la lidia, tan por abajo los lances, tan embarcado el de Puerto de San Lorenzo, tan embebido y tan toreado entero en lances infinitos que terminaban más despacio todavía de lo que empezaban. ¡Cumbre los dos! Como ya luego Miguel Ángel, con su mirada encendida, con su paso encendido, con su corazón encendido, con esa sensación que desprende de “ahora mando yo…” ¡Y manda! ¡Cómo manda! Como el mejor Perera, ése que se ha mejorado a sí mismo. El brazo extendido todo para traerse al toro tan desde delante para soltarlo luego tan atrás. Media muleta arrastrando ya desde el cite, tan definitorio. El cuerpo haciendo el toreo como el toro el avión, yéndose detrás de sí mismo, en toda su largura, a la par que la cintura se entierra en sí misma cayendo a plomo. El tiempo detenido en el tiempo que el torero quiera. Ese eco por tan hondo, por tan ronco, por tan cierto. Qué forma de torear hoy la del mejor Perera. Ése que precisa toros como Lechucito, la excelencia para lo excelente. Mató Miguel Ángel de media estocada que fue muy efectiva y pidió Zaragoza con pasión encendida la oreja también. Una oreja de las que pesan y de las que cuentan. De las que abrochan un año importante de verdad.
Qué diferente Lechucito de Langosto, su primer oponente, demasiado blando. Lo protestó el público, pero lo mantuvo el palco. E intentó el extremeño corregirle ese mal que venía de fondo. Lo consiguió a base de medirle y de templarlo, de no obligarle, de conducirlo en línea recta, de hacerle todo a su favor. Sólo en el tramo final de la faena le obligó un poco más, pero fue cuando ya el de Puerto dejó de embestir para apenas pasar.
Menos mal que quedaba Lechucito y el mejor Perera. Menos mal que el último capítulo del libro de 2018 fue macizo y luminoso a un tiempo para dejar la rúbrica de una historia cargada de momentos macizos y luminosos. Propios del mejor Perera, ése que ha asomado tantas veces este año para darle una vuelta más de tuerca a su concepto tan propio, tan exclusivo y tan único.