20180513 albacete02
13 de mayo de 2018
ALBACETE
FESTIVAL A BENEFICIO DEL COTOLENGO Y EN HOMENAJE A DÁMASO GONZÁLEZ
 
NOVILLOS de
VARIAS GANADERÍAS

Enrique Ponce
El Juli
MIGUEL ÁNGEL PERERA
 Cayetano
Paco Ureña
Rubén Pinar
José Fernando Molina
 
EN CASA DEL DUEÑO DEL TEMPLE
  
Dámaso González fue siempre el dueño del temple. Eso no lo duda nadie. Y hoy se le homenajeaba en Albacete, en su plaza, en su casa. En la casa, pues, del dueño del temple. Y así las cosas -con él, seguro, que como testigo desde el tendido del cielo-, qué mejor tributo que rendirle que sublimando ese temple tan suyo. Su legado. Miguel Ángel Perera le tuvo siempre como maestro. Como referente y como espejo. Como torero de su admiración y, sobre todo, como amigo. Así que todo confluía en una tarde especial, en la que no cabía mejor homenaje que desplegando ese don tan suyo, tan del maestro, que fue el temple. Y ello hizo Perera. A placer. Disfrutándolo.
 
Le ayudó el excelente novillo de El Capea al que se ha medido. Que no podía el maestro Pedro y su casa ganadera regalar también mejor consideración al maestro Dámaso que echar en Albacete un utrero bravo y enclasado como el de hoy, Mercenario-10 de nombre. Tuvo entre sus virtudes la de la prontitud y la fijeza. Se arrancó de largo ya desde el capote y lo aprovechó el torero en un notable quite por tafalleras, realizado en los medios de la plaza. Donde también abrió Miguel Ángel su faena de muleta: las plantas clavadas y con pases cambiados por la espalda. Iniesto. Inamovible. Fue el preámbulo de un puñado de tandas en redondo sublimes. Por largas y por hondas. Por catedráticas. Pero, sobre todo, por templadas. Y por ligadas, que el temple es la clave de la ligazón. Ésa que fluye como derramándose. Le dejaba Perera la muleta planchada al novillo de El Capea, a la distancia y la altura exacta, la que pedía para amarrarse a ella sin solución de continuidad, buscándola sin levantar la cara del suelo, entregado el utrero, lo que multiplicó Miguel Ángel en su valor al rematar cada muletazo tan por abajo y tan por detrás. Se acordó el alumno de lo que tantas veces le confió el maestro. El secreto del temple...
 
Ése que también asomó en el final tan pererista. Al final como al principio, los pies enterrados y la cintura convertida en el faro que iluminaba el toreo del extremeño, todo confiado ya a sus muñecas. Exaltación del dominio, de la autoridad, del mando sobre la bravura. Pero siempre bajo la máxima del temple más natural, más líquido, más luminoso. Más de Dámaso... Recetó Miguel Ángel una estocada casi entera que fue suficiente y una buena rúbrica. La antesala a las dos orejas concedidas con total unanimidad a otra tarde plena de Perera en Albacete. La casa de Dámaso. La casa del dueño del temple.
 
Plaza de Toros de ALBACETE. Casi lleno. Se lidian novillos de SAMUEL FLORES, DANIEL RUIZ, EL CAPEA, EL TORERO, LAS RAMBLAS, ENCINAGRANDE y SONIA GONZÁLEZ
 
Enrique Ponce: ovación
El Juli: ovación
Miguel Ángel Perera: dos orejas.
Cayetano: oreja
Paco Ureña: oreja
Rubén Pinar: ovación
José Fernando Molina: dos orejas y rabo
 
 
 
 
 
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13 de mayo de 2018
ALBACETE
FESTIVAL A BENEFICIO DEL COTOLENGO Y EN HOMENAJE A DÁMASO GONZÁLEZ
 
NOVILLOS de
VARIAS GANADERÍAS

Enrique Ponce
El Juli
MIGUEL ÁNGEL PERERA
 Cayetano
Paco Ureña
Rubén Pinar
José Fernando Molina
 
EN CASA DEL DUEÑO DEL TEMPLE
  
Dámaso González fue siempre el dueño del temple. Eso no lo duda nadie. Y hoy se le homenajeaba en Albacete, en su plaza, en su casa. En la casa, pues, del dueño del temple. Y así las cosas -con él, seguro, que como testigo desde el tendido del cielo-, qué mejor tributo que rendirle que sublimando ese temple tan suyo. Su legado. Miguel Ángel Perera le tuvo siempre como maestro. Como referente y como espejo. Como torero de su admiración y, sobre todo, como amigo. Así que todo confluía en una tarde especial, en la que no cabía mejor homenaje que desplegando ese don tan suyo, tan del maestro, que fue el temple. Y ello hizo Perera. A placer. Disfrutándolo.
 
Le ayudó el excelente novillo de El Capea al que se ha medido. Que no podía el maestro Pedro y su casa ganadera regalar también mejor consideración al maestro Dámaso que echar en Albacete un utrero bravo y enclasado como el de hoy, Mercenario-10 de nombre. Tuvo entre sus virtudes la de la prontitud y la fijeza. Se arrancó de largo ya desde el capote y lo aprovechó el torero en un notable quite por tafalleras, realizado en los medios de la plaza. Donde también abrió Miguel Ángel su faena de muleta: las plantas clavadas y con pases cambiados por la espalda. Iniesto. Inamovible. Fue el preámbulo de un puñado de tandas en redondo sublimes. Por largas y por hondas. Por catedráticas. Pero, sobre todo, por templadas. Y por ligadas, que el temple es la clave de la ligazón. Ésa que fluye como derramándose. Le dejaba Perera la muleta planchada al novillo de El Capea, a la distancia y la altura exacta, la que pedía para amarrarse a ella sin solución de continuidad, buscándola sin levantar la cara del suelo, entregado el utrero, lo que multiplicó Miguel Ángel en su valor al rematar cada muletazo tan por abajo y tan por detrás. Se acordó el alumno de lo que tantas veces le confió el maestro. El secreto del temple...
 
Ése que también asomó en el final tan pererista. Al final como al principio, los pies enterrados y la cintura convertida en el faro que iluminaba el toreo del extremeño, todo confiado ya a sus muñecas. Exaltación del dominio, de la autoridad, del mando sobre la bravura. Pero siempre bajo la máxima del temple más natural, más líquido, más luminoso. Más de Dámaso... Recetó Miguel Ángel una estocada casi entera que fue suficiente y una buena rúbrica. La antesala a las dos orejas concedidas con total unanimidad a otra tarde plena de Perera en Albacete. La casa de Dámaso. La casa del dueño del temple.
 
Plaza de Toros de ALBACETE. Casi lleno. Se lidian novillos de SAMUEL FLORES, DANIEL RUIZ, EL CAPEA, EL TORERO, LAS RAMBLAS, ENCINAGRANDE y SONIA GONZÁLEZ
 
Enrique Ponce: ovación
El Juli: ovación
Miguel Ángel Perera: dos orejas.
Cayetano: oreja
Paco Ureña: oreja
Rubén Pinar: ovación
José Fernando Molina: dos orejas y rabo
 
 
 
 
 
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