20170727-santander02
27 de juio de 2017
SANTANDER
Feria de SANTIAGO
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
GARCIGRANDE y DOMINGO HERNÁNDEZ
Julián López, El Juli
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Roca Rey
  
 
TOREAR, QUE ES DEL VERBO ACARICIAR...
 
Hay tanto de caricia en el toreo... Tanto, que es el toreo que acaricia, ése que parece deslizarse sin tocar el suelo, el que se muestra apenas tan leve siendo, en cambio, en su raíz tan poderoso, el que cala hasta empapar. Torear y acariciar toreando es lo que hizo Miguel Ángel Perera a Borrachín, su primer garcigrande en su (también) Santander. Acariciar verónica a verónica, así, a primera vista, sin más rodeos. Acariciar toreando en cada lance con los que salirse a los medios con el compañero de baile y dejarle allí, posado, con media que fue una ola entera. Las manos bajas, la cintura encajada en sí misma, el mentón suelto, sin forzar nada, los brazos más sueltos aún, cayendo naturales, por su levedad. El cuerpo yéndose detrás de su propia inercia. A compás. Con ritmo. Armónicamente. Se hundió Perera en Miguel Ángel (o Miguel Ángel en Perera) tras cada vuelo del percal según iba éste acariciando la tez tostada de Cuatro Caminos. Hubo mucho de Cepeda (va por ti, Fernando) en ese manojo de verónicas cristalinas como el Cantábrico mismo. Y quiso más el torero. Y se inventó un quite por un montón de suertes (tafalleras, saltilleras, brionesas y una revolera), así, según iban saliendo, sueltas, improvisadas, sentidas, nada pensadas, volando solas... El capote de Perera tiene poso y tiene fondo. El poso de los años y el fondo de la búsqueda incesante. La búsqueda y el hallazgo de quien se sabe capaz de más y de mejor. Por más que pasen los años. Justo porque pasan los años. Sin alharacas. Sin vender nada por más falta que haga vender tanto en este enjambre de mercaderes que compran al mejor postor. 
 
 
Pero esto fue sólo el inicio, la apertura, el prólogo. Luego Miguel Ángel siguió acariciando con su tacto propio las embestidas enclasadas y entregadas del toro de Garcigrande. Y eso que el arranque fue de puro mando: las zapatillas atadas a los pilares de la tierra de Santander, de su tez morena. Y el bravo pasando por la espalda y por la barriga también hasta coronarlo todo con un cambio de manos colosal. Se derramaba Perera en ese concepto nuevo que viene tallando con la pausa que requieren los trances que duran para siempre. Y se puso a torear muy por abajo pero sin dañar. Y muy largo pero sin forzar. Y muy despacio pero sin quebrantar. Simplemente, poniédole compás, armonía, ritmo (todo esto otra vez) al caudal de bravura del garcigrande. Era como la prolongación de tantas cosas vistas unos días antes en Roquetas. Y antes en Pamplona. Sigan el hilo de Perera y verán que ese hilo viene de largo, que no es fruto de un momento, de un relámpago, sino de un camino recorrido con el convencimiento de quien sabe adónde quiere llegar. Siguió abandonado Miguel Ángel a su manera de torear por más que Santander (qué raro) no se rompiera por igual. Gozó el torero, se exprimió. Fue una faena hermosa. Maciza. Cuajada. De Perera. Recetó un espadazo arriba, pero el toro se amorcilló y precisó el pacense del descabello. Fue ahí donde el palco puso su medida para no atender la petición de oreja del público. Cosas de la autoridad.
 
 
Fue bueno también, pero algo menos, el quinto. Y salió arreado el torero en busca del premio que era suyo y que se había quedado por detrás. Y de nuevo impuso su ley. La del mando, la de la distancia exacta, la altura precisa, la muleta puesta como el faro que marca el camino a seguir. A derechas y a izquierdas. Y a continuación, esa otra forma de mandar tan pererista. Ése pararlo todo a su alrededor para que todo gire alrededor suya. Empezando por el toro y su voluntad. Sin rectificación alguna, sin enmienda, con la seguridad de quien sabe que es el dueño de ese territorio. Mató pronto y, ahora sí, le fue concedida una oreja, aunque incluso se pidió la segunda. Pudieron -debieron- ser tres. Al final, sólo fue una. Cuenta y marca porque no es lo mismo. Y hace falta. Pero la moneda sigue en el bolsillo de Miguel Ángel Perera, ese artista que viene explicando -cada vez lo van viendo más- que torear viene del verbo acariciar. Y el toreo tiene tanto de caricia... Tanto, tanto...
 
 
Plaza de Toros de SANTANDER. Lleno de "No hay billetes". Se lidian toros de GARCIGRANDE y DOMINGO HERNÁNDEZ. 
 
El Juli: oreja y oreja
Miguel Ángel Perera: ovación tras petición y oreja con petición 
Roca Rey: silencio y silencio
 
 
MIGU8186.JPG MIGU8191.JPG MIGU8193.JPG MIGU8200.JPG MIGU8206.JPG MIGU8222.JPG MIGU8233.JPG MIGU8244.JPG MIGU8247.JPG MIGU8325.JPG MIGU8332.JPG MIGU8333.JPG MIGU8334.JPG MIGU8336.JPG MIGU8343.JPG MIGU8344.JPG MIGU8346.JPG MIGU8347.JPG MIGU8350.JPG MIGU8357.JPG MIGU8361.JPG MIGU8370.JPG MIGU8388.JPG MIGU8389.JPG MIGU8398.JPG MIGU8400.JPG MIGU8415.JPG MIGU8440.JPG MIGU8459.JPG MIGU8460.JPG MIGU8471.JPG MIGU8521.JPG MIGU8548.JPG MIGU8554.JPG MIGU8561.JPG MIGU8562.JPG MIGU8596.JPG MIGU8604.JPG MIGU8605.JPG

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27 de juio de 2017
SANTANDER
Feria de SANTIAGO
 
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
GARCIGRANDE y DOMINGO HERNÁNDEZ
Julián López, El Juli
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Roca Rey
  
 
TOREAR, QUE ES DEL VERBO ACARICIAR...
 
Hay tanto de caricia en el toreo... Tanto, que es el toreo que acaricia, ése que parece deslizarse sin tocar el suelo, el que se muestra apenas tan leve siendo, en cambio, en su raíz tan poderoso, el que cala hasta empapar. Torear y acariciar toreando es lo que hizo Miguel Ángel Perera a Borrachín, su primer garcigrande en su (también) Santander. Acariciar verónica a verónica, así, a primera vista, sin más rodeos. Acariciar toreando en cada lance con los que salirse a los medios con el compañero de baile y dejarle allí, posado, con media que fue una ola entera. Las manos bajas, la cintura encajada en sí misma, el mentón suelto, sin forzar nada, los brazos más sueltos aún, cayendo naturales, por su levedad. El cuerpo yéndose detrás de su propia inercia. A compás. Con ritmo. Armónicamente. Se hundió Perera en Miguel Ángel (o Miguel Ángel en Perera) tras cada vuelo del percal según iba éste acariciando la tez tostada de Cuatro Caminos. Hubo mucho de Cepeda (va por ti, Fernando) en ese manojo de verónicas cristalinas como el Cantábrico mismo. Y quiso más el torero. Y se inventó un quite por un montón de suertes (tafalleras, saltilleras, brionesas y una revolera), así, según iban saliendo, sueltas, improvisadas, sentidas, nada pensadas, volando solas... El capote de Perera tiene poso y tiene fondo. El poso de los años y el fondo de la búsqueda incesante. La búsqueda y el hallazgo de quien se sabe capaz de más y de mejor. Por más que pasen los años. Justo porque pasan los años. Sin alharacas. Sin vender nada por más falta que haga vender tanto en este enjambre de mercaderes que compran al mejor postor. 
 
 
Pero esto fue sólo el inicio, la apertura, el prólogo. Luego Miguel Ángel siguió acariciando con su tacto propio las embestidas enclasadas y entregadas del toro de Garcigrande. Y eso que el arranque fue de puro mando: las zapatillas atadas a los pilares de la tierra de Santander, de su tez morena. Y el bravo pasando por la espalda y por la barriga también hasta coronarlo todo con un cambio de manos colosal. Se derramaba Perera en ese concepto nuevo que viene tallando con la pausa que requieren los trances que duran para siempre. Y se puso a torear muy por abajo pero sin dañar. Y muy largo pero sin forzar. Y muy despacio pero sin quebrantar. Simplemente, poniédole compás, armonía, ritmo (todo esto otra vez) al caudal de bravura del garcigrande. Era como la prolongación de tantas cosas vistas unos días antes en Roquetas. Y antes en Pamplona. Sigan el hilo de Perera y verán que ese hilo viene de largo, que no es fruto de un momento, de un relámpago, sino de un camino recorrido con el convencimiento de quien sabe adónde quiere llegar. Siguió abandonado Miguel Ángel a su manera de torear por más que Santander (qué raro) no se rompiera por igual. Gozó el torero, se exprimió. Fue una faena hermosa. Maciza. Cuajada. De Perera. Recetó un espadazo arriba, pero el toro se amorcilló y precisó el pacense del descabello. Fue ahí donde el palco puso su medida para no atender la petición de oreja del público. Cosas de la autoridad.
 
 
Fue bueno también, pero algo menos, el quinto. Y salió arreado el torero en busca del premio que era suyo y que se había quedado por detrás. Y de nuevo impuso su ley. La del mando, la de la distancia exacta, la altura precisa, la muleta puesta como el faro que marca el camino a seguir. A derechas y a izquierdas. Y a continuación, esa otra forma de mandar tan pererista. Ése pararlo todo a su alrededor para que todo gire alrededor suya. Empezando por el toro y su voluntad. Sin rectificación alguna, sin enmienda, con la seguridad de quien sabe que es el dueño de ese territorio. Mató pronto y, ahora sí, le fue concedida una oreja, aunque incluso se pidió la segunda. Pudieron -debieron- ser tres. Al final, sólo fue una. Cuenta y marca porque no es lo mismo. Y hace falta. Pero la moneda sigue en el bolsillo de Miguel Ángel Perera, ese artista que viene explicando -cada vez lo van viendo más- que torear viene del verbo acariciar. Y el toreo tiene tanto de caricia... Tanto, tanto...
 
 
Plaza de Toros de SANTANDER. Lleno de "No hay billetes". Se lidian toros de GARCIGRANDE y DOMINGO HERNÁNDEZ. 
 
El Juli: oreja y oreja
Miguel Ángel Perera: ovación tras petición y oreja con petición 
Roca Rey: silencio y silencio
 
 
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