TE LO DEBÍA LA VIDA, MIGUEL ÁNGEL...
Dijo una vez un torero, Miguel Báez Litri, que si la adversidad es grande, más grande es el hombre. Una verdad como un templo. El Evangelio mismo. Porque la vida, al fin y al cabo, se hace más ancha para el hombre cuando éste va dejando atrás aquellas pruebas a las que la propia vida le somete. Hace justo un año, la vida sorprendió a Miguel Ángel Perera con el derrote seco de la adversidad. Nadie mejor que él sabe de su dolor de entonces, de su miedo de entonces, de su incertidumbre de entonces y de sus dudas, quizá, de todo este tiempo. Son cosas que los toreros llevan por dentro y que guardan para ellos porque con ellos viven. Por eso nadie mejor que él para saborear el gozo de hoy, justo un año después, cuando ha vuelto a hacer bueno el dicho de Litri y se ha hecho más grande que una de sus más grandes adversidades. Y porque la gente del toro tiene memoria, Salamanca se puso en pie nada más romper el paseíllo y le regaló a Miguel Ángel una cerrada, sincera y muy emotiva ovación... Era su tarde y suya fue.
Par empezar, el destino le puso en el camino a Brivón-86, un gran toro de Montalvo. Probó Miguel Ángel en el suave recibo con el capote que el astado tenía un ritmo especial. Luego, en el quite por chicuelinas, mostró a todos que también acudía pronto, que humillaba con franqueza y que se desplazaba largo. Así las cosas, se fue Perera al sitio. Es cosa de toreros muy hombres y muy toreros eso de mirar de frente al precipicio. En el sitio, donde hace justo un año, enterró sus pies y, sin enmendarse, le cascó al toro siete pases por alto de mucho ajuste, de mucho temple y de mucho toreo. Porque no pasaba el toro, sino que lo conducía el torero. Dio dos pasos hacia el tercio y remató el comienzo con tres muletazos más en un inicio colosal. Fue como saberse más grande que el precipicio. Ya en los medios, el lugar que pedía el toro, se ancló de nuevo Miguel Ángel para dejar volar la cintura detrás de su muñeca y enjaretar dos series en redondo que lo fueron de verdad, enganchados desde muy delante, con media muleta arrastrando, ejecutados todo lo despacio que es posible y rotos donde más lejos no se puede. Y así, muchos. Por dos veces. Salamanca estaba ya entregada. Cambió entonces de mano el torero y esculpió naturales inmensos bajo el mismo argumento de lo lejos que vinieron y lo lejos que se fueron. Muy despacio igualmente. Hundido Miguel Ángel en sí mismo. Antes de tomar la espada, volvió el extremeño a diestras para cuajar una soberbia tanda de redondos que fueron como uno solo porque se fueron ligando los unos a los otros enroscados a la cintura verde y oro. Hasta para llevarse al de Montalvo al sitio exacto para entrar matar, anduvo torero Perera. La estocada entera y las dos orejas sin dudar. Justo como tenía que ser para que las circunstancias se pusieran en paz con Miguel Ángel Perera...
Probón al inicio de cada muletazo, protestón al final de todos ellos, mirón y peligroso por incierto, el deslucido segundo sólo sirvió para que el extremeño le buscara las vueltas con solvencia técnica y firmeza y exhibiera en el arrimón con que cerró que el fondo de valor en él viene de serie. Mató mal y hubo silencio. Nada frente al eco que aún duraba de la obra compuesta por Miguel Ángel con Brivón-86. Se lo debía la vida que, a veces, también hace justicia...
Plaza de Toros de SALAMANCA. Media entrada. Se lidian toros de MONTALVO. El segundo toro, de nombre Brivón-86, fue premiado con la vuelta al ruedo.
Sebastián Castella: silencio y silencio tras tres avisos
Miguel Ángel Perera: dos orejas y silencio
Paco Ureña: oreja y silencio