La falta de fuerzas y de raza de su primero y lo incierto y peligroso del segundo dejan a Miguel Ángel Perera sin premio en Málaga. Visto que no le iban a sobrar las fuerzas, dejó el torero crudo al de Luis Algarra en el caballo. Con todo, duró poco, aunque lo preciso para que le instrumentara muletazos por ambos pitones hondos, largos y muy templados. Tardó en caer y eso enfrió la valoración del público.
La variedad con el capote que Miguel Ángel mostró ya en ese primero fue fantasía y quietud total en el quite que hizo en su turno al toro de Jiménez Fortes, anticipo de la actitud de entrega sin cuentos que derrochó en el cuarto. Incierto, mirón y peligroso el toro de Vegahermosa, le aguantó Perera una brusquedad tras otra en series robadas y que asustaron porque hubo pasadas que eran a cara o cruz. Se terminó parando el toro y se metió en su terreno el torero, sin garantías nunca de nada, en lo que fue mucho más que un arrimón: sino la plasmación de lo que es asumir la responsabilidad de que se es y por qué se es figura del toreo. No hubo premio tangible, como tampoco medible al lado de la satisfacción del torero que por dentro sabe a cuántas cosas se impuso. Por ejemplo, al viento, aunque al final no fuera el único elemento en contra.
La falta de fuerzas y de raza de su primero y lo incierto y peligroso del segundo dejan a Miguel Ángel Perera sin premio en Málaga. Visto que no le iban a sobrar las fuerzas, dejó el torero crudo al de Luis Algarra en el caballo. Con todo, duró poco, aunque lo preciso para que le instrumentara muletazos por ambos pitones hondos, largos y muy templados. Tardó en caer y eso enfrió la valoración del público.
La variedad con el capote que Miguel Ángel mostró ya en ese primero fue fantasía y quietud total en el quite que hizo en su turno al toro de Jiménez Fortes, anticipo de la actitud de entrega sin cuentos que derrochó en el cuarto. Incierto, mirón y peligroso el toro de Vegahermosa, le aguantó Perera una brusquedad tras otra en series robadas y que asustaron porque hubo pasadas que eran a cara o cruz. Se terminó parando el toro y se metió en su terreno el torero, sin garantías nunca de nada, en lo que fue mucho más que un arrimón: sino la plasmación de lo que es asumir la responsabilidad de que se es y por qué se es figura del toreo. No hubo premio tangible, como tampoco medible al lado de la satisfacción del torero que por dentro sabe a cuántas cosas se impuso. Por ejemplo, al viento, aunque al final no fuera el único elemento en contra.