Se respiraba en el aire de Los Cansaos una serena alegría de superación. De que había amanecido tras la noche incierta que la tremenda verdad de su arte trae a veces a la vida de los toreros. Ambiente de alegría en casa: la familia, la cuadrilla, su gente... El más sereno, el de mirada más plena, el más tranquilo, él: Miguel Ángel y Perera. El hombre y el torero. Nadie mejor que él sabe lo que queda atrás. Pero atrás quedó, por eso ese justificado aire de serena alegría de superación en Los Cansaos, en casa, entre su gente...
Luego vinieron las colas de los aficionados y de sus vecinos de Olivenza para recibirle con una sincera ovación nada más bajar del coche de cuadrilla camino de la Plaza. De grana y oro, como entonces... Y el recibo de rodillas, como entonces también. Y el manojo de gaoneras interminables en los medios. Y las verónicas mecidas tan lentas antes de unas cordobinas de manos muy bajas. Y los estatuarios al límite para marcar territorio. Y ese temple y ese poder y esa capacidad para cuajar el toreo en redondo a su primero. Y el aguante y el valor sin cuentos para derrotar todas las asperezas del quinto hasta robarle una serie por el derecho muy lenta y muy honda...
La demostración, en definitiva, del torero para convencer al hombre de que lo pasado, pasado está. Y Miguel Ángel ha vuelto hoy a ser Perera, el de siempre...
Se respiraba en el aire de Los Cansaos una serena alegría de superación. De que había amanecido tras la noche incierta que la tremenda verdad de su arte trae a veces a la vida de los toreros. Ambiente de alegría en casa: la familia, la cuadrilla, su gente... El más sereno, el de mirada más plena, el más tranquilo, él: Miguel Ángel y Perera. El hombre y el torero. Nadie mejor que él sabe lo que queda atrás. Pero atrás quedó, por eso ese justificado aire de serena alegría de superación en Los Cansaos, en casa, entre su gente...
Luego vinieron las colas de los aficionados y de sus vecinos de Olivenza para recibirle con una sincera ovación nada más bajar del coche de cuadrilla camino de la Plaza. De grana y oro, como entonces... Y el recibo de rodillas, como entonces también. Y el manojo de gaoneras interminables en los medios. Y las verónicas mecidas tan lentas antes de unas cordobinas de manos muy bajas. Y los estatuarios al límite para marcar territorio. Y ese temple y ese poder y esa capacidad para cuajar el toreo en redondo a su primero. Y el aguante y el valor sin cuentos para derrotar todas las asperezas del quinto hasta robarle una serie por el derecho muy lenta y muy honda...
La demostración, en definitiva, del torero para convencer al hombre de que lo pasado, pasado está. Y Miguel Ángel ha vuelto hoy a ser Perera, el de siempre...