Y es que no se entiende por qué extraña razón hay Presidentes tan "desaficionados", que en vez de satisfacer el clamor popular deciden ir a contra corriente y dejar de premiar faenas como las de esta tarde, pues tanto Perera como Talavante merecían otro resultado numérico.

Fuera de datos para llenar estadísticas y satisfacer a cuantías que poco tienen que ver muchas veces con lo que realmente sucede en el ruedo, contaremos lo que ha sucedido en el ruedo. Miguel Ángel Perera pisaba de nuevo ruedo francés poco antes de que se cumplieran cuarenta y ocho horas del indulto de Calabrés, el magnífico ejemplar de Daniel Ruiz que ya está unido para siempre a la historia del diestro pacense. La expectación por verle era máxima. Y no defraudó, también en parte por la colaboración con la que se dejaron lidiar dos buenso astados de Zalduendo.

El primero salió un tanto brusco, y apretó en el peto de Francisco Doblado, que anduvo hábil con la montura y certero con la puya. Bien en banderillas Sierra y Barbero, y perfecto Joselito Gutiérrez a la brega. Con el ímpetu de los dos tercios anteriores llegó a la muleta, actitud que aprovechó el torero para sacarle tandas de mucha calidad, pues el animal fue de esos con un son que llega a los tendidos, y embistió con nobleza por los dos pitones. La espada entró a la segunda, y el público le tributó una sentida ovación.

Con el quinto realizó verónicas en las que su capote parecía estar meciendo las arrancadas del toro, que fueron todas con la cara por abajo, de la misma manera de la que llegó hasta el caballo en el que estaba Ignacio Rodríguez. De nuevo, buen tercio de banderillas y la brega precisa para el toro.

La faena de muleta comenzó citando al toro de largo, y desde el primer derechazo Perera mostró que tenía perfectamente calado el ritmo con el que tenía que correr la muleta. Pases de mucha profundidad por los dos pitones precedieron a un toreo más de cercanías, en el que poco dejó de espacio el torero entre su cuerpo y los pitones del animal. La espada cayó perfecta, y la petición fue mayoritaria. Todo quedó en una sentida ovación, que no hace justicia a lo que pasó en el ruedo. No siempre las cosas que no se ven son como nos las cuentan...

Y es que no se entiende por qué extraña razón hay Presidentes tan "desaficionados", que en vez de satisfacer el clamor popular deciden ir a contra corriente y dejar de premiar faenas como las de esta tarde, pues tanto Perera como Talavante merecían otro resultado numérico.

Fuera de datos para llenar estadísticas y satisfacer a cuantías que poco tienen que ver muchas veces con lo que realmente sucede en el ruedo, contaremos lo que ha sucedido en el ruedo. Miguel Ángel Perera pisaba de nuevo ruedo francés poco antes de que se cumplieran cuarenta y ocho horas del indulto de Calabrés, el magnífico ejemplar de Daniel Ruiz que ya está unido para siempre a la historia del diestro pacense. La expectación por verle era máxima. Y no defraudó, también en parte por la colaboración con la que se dejaron lidiar dos buenso astados de Zalduendo.

El primero salió un tanto brusco, y apretó en el peto de Francisco Doblado, que anduvo hábil con la montura y certero con la puya. Bien en banderillas Sierra y Barbero, y perfecto Joselito Gutiérrez a la brega. Con el ímpetu de los dos tercios anteriores llegó a la muleta, actitud que aprovechó el torero para sacarle tandas de mucha calidad, pues el animal fue de esos con un son que llega a los tendidos, y embistió con nobleza por los dos pitones. La espada entró a la segunda, y el público le tributó una sentida ovación.

Con el quinto realizó verónicas en las que su capote parecía estar meciendo las arrancadas del toro, que fueron todas con la cara por abajo, de la misma manera de la que llegó hasta el caballo en el que estaba Ignacio Rodríguez. De nuevo, buen tercio de banderillas y la brega precisa para el toro.

La faena de muleta comenzó citando al toro de largo, y desde el primer derechazo Perera mostró que tenía perfectamente calado el ritmo con el que tenía que correr la muleta. Pases de mucha profundidad por los dos pitones precedieron a un toreo más de cercanías, en el que poco dejó de espacio el torero entre su cuerpo y los pitones del animal. La espada cayó perfecta, y la petición fue mayoritaria. Todo quedó en una sentida ovación, que no hace justicia a lo que pasó en el ruedo. No siempre las cosas que no se ven son como nos las cuentan...