De salida, el toro mostró cierta fijeza en el capote, de la misma manera en la que se vio que iba a estar justo de fuerzas. Rematadas las primeras verónicas con una larga suave, Juan Sierra lo llevó al peto; del primer puyazo salió encajado, pero al segundo lo rehuyó, y antes de las banderillas, se llevó al subalterno por delante en una embestida arrolladora, de la que Sierra salió milagrosamente ileso, gracias también a un acertadísimo quite de El Fandi.
Ya con la pañosa, Perera se puso en el tercio, para recibir las primeras acometidas del animal con los pies clavados en la arena. Una vez en los medios, realizó la faena en un palmo de terreno, preparado con mucho oficio para ligar en todo momento el siguiente muletazo.
Los instantes más puros llegaron con el toreo al natural gracias al buen pitón izquierdo del de Juan Pedro, cogiendo al animal mostrando la muleta por delante, colocada siempre en el hocico, bien plana, y vaciándolo muy atrás. El vuelo de la muleta, acariciando la arena. Dos tandas de mucha hondura. De nuevo con la diestra, dos molinetes precedieron a una tanda de toreo en redondo que el toro siguió embebido a la tela. Tras ello, el torero interpretó un circular magnífico, con un cambio de mano que le dio más recorrido a la embestida. Todo auguraba un gran triunfo. Hasta que llegó la hora final, en la que el toro se puso un tanto complicado, no dejándose cuadrar del todo. Miguel Ángel Perera lo pinchó, para meterle la tizona entera a la segunda, que no cayó en buen lugar.
El quinto, un torazo de capa melocotón, se pegó una voltereta en los primeros lances, lo que provocó que en la suerte de varas simplemente se le marcara. Perera lo brindó al público, a buen seguro que convencido de que el animal iba a aguantar, de que se había recuperado del topetazo. Lo recibió con la muleta en el centro del ruedo, con tres pases cambiados por la espalda en los que no se enmendó ni un milímetro porque, entre otras cosas, el toro embestía con nobleza. Pero se apagó; muletazo a muletazo, el toro se iba encogiendo, demostrando que no podía más hasta tal punto que no puso nada de su parte para que el diestro entrara a matar.
De salida, el toro mostró cierta fijeza en el capote, de la misma manera en la que se vio que iba a estar justo de fuerzas. Rematadas las primeras verónicas con una larga suave, Juan Sierra lo llevó al peto; del primer puyazo salió encajado, pero al segundo lo rehuyó, y antes de las banderillas, se llevó al subalterno por delante en una embestida arrolladora, de la que Sierra salió milagrosamente ileso, gracias también a un acertadísimo quite de El Fandi.
Ya con la pañosa, Perera se puso en el tercio, para recibir las primeras acometidas del animal con los pies clavados en la arena. Una vez en los medios, realizó la faena en un palmo de terreno, preparado con mucho oficio para ligar en todo momento el siguiente muletazo.
Los instantes más puros llegaron con el toreo al natural gracias al buen pitón izquierdo del de Juan Pedro, cogiendo al animal mostrando la muleta por delante, colocada siempre en el hocico, bien plana, y vaciándolo muy atrás. El vuelo de la muleta, acariciando la arena. Dos tandas de mucha hondura. De nuevo con la diestra, dos molinetes precedieron a una tanda de toreo en redondo que el toro siguió embebido a la tela. Tras ello, el torero interpretó un circular magnífico, con un cambio de mano que le dio más recorrido a la embestida. Todo auguraba un gran triunfo. Hasta que llegó la hora final, en la que el toro se puso un tanto complicado, no dejándose cuadrar del todo. Miguel Ángel Perera lo pinchó, para meterle la tizona entera a la segunda, que no cayó en buen lugar.
El quinto, un torazo de capa melocotón, se pegó una voltereta en los primeros lances, lo que provocó que en la suerte de varas simplemente se le marcara. Perera lo brindó al público, a buen seguro que convencido de que el animal iba a aguantar, de que se había recuperado del topetazo. Lo recibió con la muleta en el centro del ruedo, con tres pases cambiados por la espalda en los que no se enmendó ni un milímetro porque, entre otras cosas, el toro embestía con nobleza. Pero se apagó; muletazo a muletazo, el toro se iba encogiendo, demostrando que no podía más hasta tal punto que no puso nada de su parte para que el diestro entrara a matar.