Al segundo de la tarde le ha querido hacer el preceptivo quite, pero el viento, ese viento que sólo ha hecho acto de presencia en ese momento, no se lo ha permitido. Pero ahí queda la predisposición, primero por tafalleras y después por delantales. Ya con su primero, lo ha querido recibir con capotazos a pies juntos. Sin embargo, el animal no ha mostrado fijeza alguna. No obstante, Perera y toda su cuadrilla lo han mimado constantemente. En el caballo no ha empujado, y en banderillas, salvo en el primer par de Juan Sierra, no ha puesto mucho de su parte. No obstante, Perera se ha colocado entre las líneas de picar a la altura del tendido 10, anclando los pies en la arena, y viendo que la embestida del toro no llegaba en recto, sino por detrás, le ha colocado la pañosa por la espalda, para no tener que rectificar su postura. De ahí se lo ha ido sacando a los medios, obligando a un toro casi parado a embestir, sacando los muletazos de uno en uno, en el medio del ruedo. Pero no había de dónde sacar.
El que cerraba plaza ha hecho de entrada todo para pensar que tampoco ahí iba a haber toro. Pero Perera ha obrado el milagro. Lo ha recibido de largo en el centro del ruedo, y de esa forma, ha empezado a hilvanar muletazos largos, de gran hondura, pasándose al animal bien por la faja, dándole la distancia precisa para conjugar la embestida con el perfecto temple de su gran concepto del toreo. Por el izquierdo el toro no ha tenido recorrido, pero Perera ha estado firme y valiente. De nuevo con la derecha, y aún en el centro del ruedo, le ha acariciado el hocico en los vuelos de una muleta que estaba constantemente preparada para el siguiente lance. Se ha puesto entre los pitones, sin dejar distancia entre esas puntas afiladas como puñales y su cuerpo. Y cuando ya estaba todo hecho, ha querido ir a más, dándole tres pases en redondo en los que ha terminado de vaciar lo poco que le quedaba a el de Las Ramblas. Por si todo esto fuera poco, ha rematado la faena por bernardinas bien ceñidas. Un pinchazo sin soltar la espada, y una estocada en todo lo alto y hasta los gavilanes han hecho que el público pidiera la oreja, una oreja que el Presidente no ha tenido a bien el conceder.
Al segundo de la tarde le ha querido hacer el preceptivo quite, pero el viento, ese viento que sólo ha hecho acto de presencia en ese momento, no se lo ha permitido. Pero ahí queda la predisposición, primero por tafalleras y después por delantales. Ya con su primero, lo ha querido recibir con capotazos a pies juntos. Sin embargo, el animal no ha mostrado fijeza alguna. No obstante, Perera y toda su cuadrilla lo han mimado constantemente. En el caballo no ha empujado, y en banderillas, salvo en el primer par de Juan Sierra, no ha puesto mucho de su parte. No obstante, Perera se ha colocado entre las líneas de picar a la altura del tendido 10, anclando los pies en la arena, y viendo que la embestida del toro no llegaba en recto, sino por detrás, le ha colocado la pañosa por la espalda, para no tener que rectificar su postura. De ahí se lo ha ido sacando a los medios, obligando a un toro casi parado a embestir, sacando los muletazos de uno en uno, en el medio del ruedo. Pero no había de dónde sacar.
El que cerraba plaza ha hecho de entrada todo para pensar que tampoco ahí iba a haber toro. Pero Perera ha obrado el milagro. Lo ha recibido de largo en el centro del ruedo, y de esa forma, ha empezado a hilvanar muletazos largos, de gran hondura, pasándose al animal bien por la faja, dándole la distancia precisa para conjugar la embestida con el perfecto temple de su gran concepto del toreo. Por el izquierdo el toro no ha tenido recorrido, pero Perera ha estado firme y valiente. De nuevo con la derecha, y aún en el centro del ruedo, le ha acariciado el hocico en los vuelos de una muleta que estaba constantemente preparada para el siguiente lance. Se ha puesto entre los pitones, sin dejar distancia entre esas puntas afiladas como puñales y su cuerpo. Y cuando ya estaba todo hecho, ha querido ir a más, dándole tres pases en redondo en los que ha terminado de vaciar lo poco que le quedaba a el de Las Ramblas. Por si todo esto fuera poco, ha rematado la faena por bernardinas bien ceñidas. Un pinchazo sin soltar la espada, y una estocada en todo lo alto y hasta los gavilanes han hecho que el público pidiera la oreja, una oreja que el Presidente no ha tenido a bien el conceder.