23 de julio de 2017
ROQUETAS DE MAR
Feria de SANTA ANA
CORRIDA DE TOROS 6 TOROS de
GARCÍA JIMÉNEZ
Morante de la Puebla
MIGUEL ÁNGEL PERERA
Alejandro Talavante
SUBLIME PERERA
Cierto es que los toreros necesitan siempre de los triunfos. Y que éstos, al final, se materializan en trofeos. Y que éstos son consecuencia muy directa de que la llamada suerte suprema se ambas cosas: suerte y suprema. Cierto es, pues, que el hecho de que esa suerte falte en determinados momentos ensombrece lo que debería ser más importante: el toreo que hacen los toreros. Su dimensión real, aquello que hacen en la cara de los toros, sean éstos como sean. Y es incuestionable que el árbol de las espadas estaba ocultando en parte el bosque del momento de dulce que atraviesa Miguel Ángel Perera. Un momento de rotundidad, de profundidad, de capacidad, de plenitud. Virtudes todas éstas que hoy salieron a flote, como tantas veces, en Roquetas de Mar, pero con el aditamento de que la suprema quiso ser hoy ser suerte de cara. Y se alinearon los planetas y todo el mundo canta -hay quien lo dice así- al mejor Miguel Ángel Perera de la temporada. De los mejores, desde luego, pero no sólo por lo hecho con el capote y la muleta -que se parece a lo hecho tantas veces en tantas tardes-, sino porque hoy acompañaron un gran toro en el hatillo de la suerte que es tan necesaria cada día de toros y esa otra suerte, la suprema, que esta vez sí se puso de cara.
La faena que Miguel Ángel le cuajó al primero de su lote fue sencillamente soberbia. Imponente. Rotunda. Incuestionable. Unánime. Por eso la plaza llena hasta bandera de Roquetas de Mar le pidió el rabo con tanta fuerza. No fue concedido, pero tampoco eso empaña -nunca puede hacerlo- la verdadera dimensión hoy de Perera, que pudo ser ese torero que tantas veces busca y que muchas veces encuentra. Hoy lo encontró de lleno ante un gran toro que el torero y su cuadrilla hicieron aún mejor. Y se recreó el diestro de Puebla del Prior toreando con el percal. A la verónica y luego, en ajustadísimas chicuelinas. Lo acarició Curro Javier con el capote y se desmonteraron tras banderillearlo a placer Javier Ambel y Guillermo Barbero. Luego con la muleta, Perera, sencillamente, bordó el toreo. Por cómo lo hizo de despacio. Y de hondo. Y de firme. Y de largo. Y de exacto. En el fondo (que es la técnica) y en la forma (que es la belleza). Todo fue armonía pura. Embestía con entrega sincera el ejemplar de Matilla y se iba tras él Miguel Ángel para romperlo muy por abajo y muy detrás. Pero con suma naturalidad, dejando que aquello fluyera en una espiral de muletazos por ambos pitones que se sucedían unos a otros y que se mejoraban unos a otros. Compacto, muy compacto el conjunto, la obra sublime de Miguel Ángel, que concluyó su exhibición dejándose enrollar al toro en la cintura, los pies clavados y las muñecas y los brazos componiendo una sinfonía perfecta y luminosa a la que Roquetas de Mar se entregó feliz. Cobró media estocada y, dicho queda, se le pidió el rabo con fuerza. La mejor prueba de cómo hoy Miguel Ángel Perera puso a todo el mundo de acuerdo. El bosque se mostró despejado...
Otro toro muy distinto fue el segundo de su lote. De bastante menos fondo. Desentendido casi siempre y violento ante los trastos. Desabrido. Aún así, no fue excusa esto para Miguel Ángel, que buscó tocar las teclas de la firmeza y de la seguridad hasta imponerse por el camino del mando en muletazos de mano baja y exigentes, ante los que el de Matilla claudicó. Recetó una estocada que cayó algo trasera y precisó entonces del descabello, lo que dejó el premio en una muy cerrada ovación del público a quien fue el gran dominador de una tarde de precioso ambiente de toros.
Plaza de Toros de ROQUETAS DE MAR. Lleno en los tendidos. Se lidian toros de GARCÍA JIMÉNEZ.
Morante de la Puebla: silencio y silencio
Miguel Ángel Perera: dos orejas con petición de rabo y ovación
Alejandro Talavante: silencio y ovación